Hay hombres o mujeres que tienen una valía real por su aporte a la sociedad colombiana. Para mí uno de ellos es Gabriel García Márquez, (Gabo) y otro es Jaime Garzón (Heriberto de la Calle). Ningún político ingresa en mi lista. Pienso en Gabo y Garzón como verdaderos representantes del carácter de nuestra sociedad. Nuestro país debería llamarse Macondo y el humor debería ser política de Estado. Ellos son a mi modo de entender la mejor clase de individuo que una comunidad puede producir. Su capacidad de influir sin polarizar, sin generar odios, es el mejor llamado a la desobediencia civil. Esa desobediencia que es un derecho ciudadano.
Creo firmemente que la mejor sociedad es la que no necesita ser gobernada. Cuando la sociedad está preparada para ello elige el camino más conveniente, crece y se desarrolla armónicamente; puede volver a las letras y al humor cuando las objeciones de la supervivencia no están para impedírselo.
Pero los gobiernos supremamente inconvenientes que hemos tenido, desde épocas de la independencia, empujaron a Gabo al exilio y a Garzón, a la muerte; el resultado es que la sociedad perdió su sentido crítico y su risa. Se entregó a un gobierno que ejerce su voluntad al antojo de intereses mezquinos, que viola, mata y mediocriza al individuo. ¿Desobediencia civil? No nos escandalicemos ante esta propuesta. Hace décadas que debimos volcarnos a las calles, rechazando la imposición absurda de gobiernos que solo responden a las elites que los designan.
En la práctica, quienes se oponen a la desobediencia civil son unos cuantos empresarios y políticos, mercaderes de conciencias interesados en el lucro propio y no en la ciudadanía; ellos y la comparsa de alienados que siguen sus ideas y no están preparados para un cambio. Esclavos conformes, duélale a quien le duela, que encuentran adversarios en cualquiera que piense diferente o disienta de los abusos sistemáticos de la maquina política, y sin los cuales estos últimos serían inofensivos. Quienes se acostumbraron a ser masa social y no están preparados para dejar de serlo, quienes evitan ir por el futuro que merecen las generaciones futuras y no logran entender que tener menos gobierno es mucho mejor, porque los gobiernos han sido el verdadero obstáculo para el progreso de la nación, quienes han permitido perpetuarse en el poder a esos señores con ínfulas feudales y monárquicas; minoría siniestra, mafiosos y picaros que se alternan el poder a su antojo.
Un llamado a la desobediencia civil no debe sonrojarnos, por el contrario, debe ser una voz unísona, un clamor para liberarnos del yugo. El camino que Gabo nos mostró entre líneas y Garzón entre risas. La desobediencia civil debe ser un reclamo a la razón, la exigencia del poder como potestad de los pueblos. A dejar de ser súbditos de una corporación mafiosa al servicio de particulares.
Una desobediencia civil debe instaurar a Macondo como república y a la risa como política de Estado.