El capitalismo se caracteriza en que, el mecanismo que hace funcionar el sistema, es el mercado, el cual está compuesto por oferta, demanda y precio y además, cuenta con sus propias leyes, que son implacables y determinantes de los fenómenos económicos.
Con el agravante de que, después de 1980, con el imperio del capitalismo neoliberal, el mercado se convierte en la máxima autoridad económica a quien todos los actores, incluido el Estado, le tienen que obedecer, además de que dispone de un clan de defensores que padecen de mercadolatría y no aceptan que el Estado intervenga bajo ninguna circunstancia.
Desde cuando predominan las políticas neoliberales, la privatización de los bienes públicos ha sido el principal karma y con ello el poder del mercado arrasa con todo, permitiendo que el Estado meta las manos, solo que se trate de intereses políticos o de élite económica.
La norma es que se deje en plena libertad a las fuerzas del mercado, para que estas fijen los precios y condicionen los demás fenómenos económicos, como ocurre con el precio del dólar, que antes, en época del capitalismo clásico, lo fijaba la Junta Monetaria como autoridad económica, pero que ahora lo fija el mercado de divisas.
En este contexto económico, el concepto de racionalidad se basa en que haya sometimiento al mercado. En época neoliberal, se es racional, si los hechos son concordantes con la ley del mercado; y todo lo demás, son los “fallos” del mercado, como cuando se realiza una asignación que se aparta de sus leyes y lesiona la eficiencia del mismo.
Por lo tanto, está por fuera de la racionalidad económica neoliberal, imponer subsidios a bienes que no son servicios públicos o que no corresponden directamente necesidades básicas humanas, como el caso de la focalización del gasto social.
El subsidio a la gasolina establecido por razones políticas para evitar protestas generalizadas, es un fallo del mercado, o algo así como un engaño a la economía desde el punto de vista neoliberal.
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Tal vez, en el capitalismo clásico del Estado del Bienestar con soporte keynesiano, hubiese sido normal y hasta bien visto el subsidio; pero en época actual, cuando desde la constitución política para abajo son neoliberales, mantener subsidios se aleja de la racionalidad económica que bien han difundido los alumnos de Harvard.
Claro, con un Estado, cuyo papel se reduce solo a atender las necesidades de los agiotistas del mundo y favorecer el negocio a los especuladores internacionales del dinero, no puede adoptar subsidios porque, el dinero del recaudo tributario, se destina con prioridad al servicio de la deuda; más cuando los ricos, que son los capitalistas rentistas y los negocios financieros, se niegan a pagar impuestos sacrificando así a las finanzas públicas.
Siendo así, el organismo se encuentra en una encrucijada fiscal, donde se confrontan la realidad financiera, por un lado, y los riesgos políticos por el otro.
Es una posición entre la espada y la pared, donde presionan los criterios del Estado neoliberal por delante y talanqueras del Estado del Bienestar por detrás.
Por supuesto que causa mucho malestar el alza de los precios de la gasolina, aunque se mantengan igual los precios del ACPM que afecta los costos del transporte de carga, pero la realidad es que el país tiene que aceptar que existe el neoliberalismo y la globalización, y si eso no gusta, primero se debe desmontar el modelo neoliberal, cosa que tardará muchos años todavía.
Mientras tanto, dicho precio se escapa de la gobernabilidad interna, por cuanto es determinado por los precios internacionales, de modo que mantener precios subsidiados, es una mentira sobre una realidad neoliberal y con ello, lo que se presenta es la falacia de los precios subsidiados.