A Tomás y a Jerónimo Uribe nunca los vi hacer política ni atacar a periodistas con tanta saña como lo hacen Martin y Esteban Santos. Sobre todo el primero. Lo que sucede con Vicky Dávila es extraño. Nunca hemos presenciado eso. Entre todos los delfines los hijos de Juan Manuel son los peores. Critican a Tomás por las ganas que tiene de ser presidente pero hay que dar un poco de contexto: si lo está haciendo es en parte porque a su papá le acabaron la carrera política y necesita un vaso comunicante. Tomás estará ahí, sirviéndole a Colombia. Cuando él ataca lo hace a sus pares, no a periodistas. Si un movimiento político ha entendido la libertad de prensa este ha sido Uribe, quien debió soportar el ataque insidioso y constante de una revista como Semana en sus ocho años de mandato.
Lo peor es que los progresistas se derriten por un delfín de la talla de Martín Santos, con su arrogancia e impertinencia. ¿Qué pensarían los social-bacanos si se tuvieran que aguantar un sirirí insoportable como el de Martín en twitter? No para de hacerle propaganda al gobierno de su papá, como si en realidad hubiera sido lo mejor que nos pasó. Un delfín con esa injerencia, con esas ganas de meter la cucharada, crispa los nervios.
Los otros muchachos ya la justicia los absolvió de cualquier culpa con el cuento de la zona franca. Son unos trabajadores incansables, es la diferencia que hay entre los hijos de unos cachacos tradicionales de dedito parado como los Santos y Tutinos a los de un arriero duro, como Uribe, quien acostumbró a sus hijos a camellar desde que eran jóvenes. Los que conocen la familia saben de lo íntegros que son. Claro, despierta envidia entre todos aquellos que piensan que no hay que trabajar para poder sobrevivir, de los llamados socialistas del siglo XXI.
Independientemente de eso sólo quiero proponerles un reto: miren y cuenten cuantas veces Tomás y Jerónimo se metieron en política. Se sorprenderían de las pocas veces que lo hicieron. Mientras tanto Martin y Esteban fungen como hijos de Nobel, cancelando periodistas e intentando una labor completamente imposible: hacer de Colombia un país santista cuando el santismo no existe.