Por qué Gustavo Petro es un actor político fundamental para nuestra democracia. Fue un excelente legislador, pero pésimo ejecutor. Es brillante, gran orador y bien intencionado. Tiene un discurso seductor, pero me parece que tiene más propósito que metodología.
No me gusta ese discurso pendenciero y agitador de lucha de clases que gusta y da votos pero que no construye y divide. Azuzador de odios y megalómano como su par del otro extremo ideológico. Nuestro modelo económico, imperfecto, no necesita doctrinas de confrontación entre ricos y pobres pero sí las transformaciones sociales profundas compatibles con el sistema que con tino propone pero que ya están consignadas en los Acuerdos de La Habana; es el cómo, lo que no tengo claro. El establecimiento es un monstruo más grande que ese Estado que intenta liderar, y al enfrentársele, nos dejaría en un fuego cruzado que nos perjudicaría. No lo dejarán gobernar.
Cuando detenta el poder, a Petro le cuesta construir en colectivo y crear consensos, pues lo invade el autócrata que lo habita. En su alcaldía pocos le aguantaron su soberbia y autoritarismo; si por él fuera, sería presidente, ministro, congresista, procurador, contralor y magistrado. Y esta democracia nuestra necesita del respeto total por la ley y el fortalecimiento de las Instituciones, de los pesos y contrapesos, del poder que frena al poder.
El caudillismo, esa personalización de la política que se da en ambos lados del espectro es dañina para la democracia. Genera nuevos conflictos, otras violencias. Un ejemplo de su totalitarismo: para la reelección de Juan Manuel Santos Calderón, por puro cálculo político, dejó a Enrique Peñalosa colgado de la brocha por respaldar electoralmente a su otrora verdugo. Un sector de Progresistas le cuestionó su decisión; fue cuando amenazó con armar rancho aparte sino acataban su directriz. Y así hizo en el Polo, como lo han contado varios cuadros de esa colectividad y más reciéntemente, Héctor Abad, haciendo referencia a lo manifestado por Carlos Gaviria.
Es absolutista y terco. Su autoritarismo lo lleva al error. Un ejemplo puntual: para poder bajar tarifas diferenciadas pico y valle en TransMilenio, nombró una comisión económica. No tuvo en cuenta los resultados de la negociación entre sus asesores económicos y los operadores y redujo las tarifas al usuario en un afán populista y electorero sin tener estudios técnicos ni fuente cierta de financiación. Entregó el Sistema desfinanciado.
Petro es mesiánico y adanista, y creo más en el reformismo gradualista, incremental y permanente, que en el utopismo y la simplificación ideológica de derrumbar para volver a hacer. Por eso la mejor opción para el país está entre Humberto De La Calle y Fajardo.