¿Por qué se manifiestan los jóvenes?
Opinión

¿Por qué se manifiestan los jóvenes?

Su lucha más que política es personal, es existencial… y nuestro presidente y todos esos ministros no entienden que ya no tienen el blanco del comunismo, ni del ‘castrochavismo’ enfrente

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diciembre 04, 2019
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Muchos sectores hicieron presencia en el paro y las marchas recientes. Es más: nunca se había manifestado tanta diversidad de interés en una protesta. Se puede decir que la protesta es de la clase media que asumió nuevas aspiraciones que no han sido satisfechas; o que se defiende la situación de los pensionados ante  la amenaza de que su futuro dependa de su capacidad de ahorro cuando para la mayoría de la población el ingreso apenas le alcanza para sobrevivir y nada pueden ahorrar; o que es injusto que la salud y la educación de las personas dependan de su capacidad económica; o que la respuesta ‘democrática’ a la protesta no puede ser la represión (y menos la violenta que representa el Esmad); o que la marcha es por el cumplimiento del Acuerdo de Paz; o que las políticas gubernamentales no hacen suficiente por la preservación del medio ambiente; o por acabar la polarización, las muertes de líderes sociales o miembros de las ex Farc; o en contra de la corrupción o de la inseguridad; violencia de género, desempleo; etc.

Pero en lo que la mayoría de los comentaristas -analistas, medios de comunicación o simples opinadores- coinciden es en que lo más destacado es que se trata de la expresión de una nueva actitud de la juventud.

Viene entonces la pregunta que se puede formular de dos maneras: ¿Por qué se manifiestan los jóvenes? En el sentido de cuál fue la causa que motivó ese cambio de comportamiento; o ¿Por qué se movilizan? En el sentido de qué buscan al hacerlo.

Una interesante conversación con un amigo me da una posible respuesta a ambas:

La charla fue sobre la idea de que el consumismo acabó con la espiritualidad y que la sociedad y el ciudadano -o el Estado y el ser humano- ya no giran alrededor de valores éticos ni colectivos, y que eso es lo que se debería tratar de recuperar. El ejemplo era de cómo las comunidades indígenas funcionaban alrededor de la ‘espiritualidad’ o cosmovisión o simplemente cultura que las enfocaba a la búsqueda de una armonía en su modo de vida. Armonía social, armonía con su entorno, armonía interna.

En alguna forma lo que reclama esta ‘nueva juventud’ es justamente que la inspiración del Estado moderno no incluye -o incluso no permite- que se reivindique esa visión en la que la prioridad la marcan esos propósitos y no unas metas de desarrollo económico que no han producido lo prometido ni coinciden con esa aspiración.

Obvio que, dentro de las gigantescas poblaciones organizadas alrededor de los sistemas de producción existentes, no podemos volver a regímenes sin Estado, donde la sabiduría para manejar la comunidad se busca normalmente en los ancianos de la tribu, más que en unas  reglas escritas; donde la autoridad para aplicar las sanciones depende del consenso social no de un poder coactivo; donde se cree en la buena fe del individuo y no que existe solo en y por una presunción normativa que toca exigirla para que se aplique; donde se asume una responsabilidad hacia los ancianos o los impedidos y no quedan abandonados a sus suerte o vistos como un lastre social; donde la naturaleza es vista como un ser vivo que se debe proteger y no como un simple sujeto de explotación; etc.

La evolución del ser humano y de la sociedad ha creado el Estado para manejar las relaciones entre los partícipes de una misma comunidad. Y aquí, en ‘Occidente’, llagamos así a creer que teníamos un orden último deseable alrededor del capitalismo y la democracia.  El ‘fin de la Historia’ según lo definiera Francis Fukiyama.

El motor de la ambición personal supondría arrastrar el bienestar colectivo porque sería el que permitiría el mayor desarrollo económico mediante el mejor uso de los recursos. A la larga esa sería la solución para todas las capas sociales, y entre más rápido fuera ese crecimiento más rápido quedarían atendidas todas las necesidades.

El estímulo nacería del principio de la competencia por la búsqueda del éxito individual, medido por la riqueza y/o el poder que se alcanza a adquirir, lo que garantizaría que las personas más capaces (ya sea por aptitudes natas, por facultades adquiridas o por beneficios heredados) acabarían sirviendo a ese desarrollo económico, lo cual terminaría siendo la panacea para curar todos los problemas sociales. El sector privado remplazaría en sus responsabilidades al Estado (salud, educación, pensiones, empleo, etc).

Pero falló porque existe una contradicción insalvable entre competencia y armonía. La competencia divide ganadores y perdedores sin dar respuestas a estos últimos, los cuales quedan excluidos de la esperada prosperidad. No resultó verdad que el egoísmo individual se convertía en beneficios colectivos.

En otras palabras, la competencia como motor del crecimiento económico no solo no sirve como camino para facilitar la convivencia ciudadana sino que produce el resultado contrario, y eso es lo que están entendiendo las juventudes no solo a nivel teórico sino vivencial.

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La tienen muy difícil los del gobierno porque a esos muchachos los mueve la insatisfacción con el neoliberalismo

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Su lucha más que política es personal, es existencial… están descontentos con lo que sienten como modo de vida … y nuestro Presidente y todos esos ministros no entienden que ya no tienen el blanco del comunismo, ni del ‘castrochavismo’ enfrente; la tienen muy difícil los del gobierno porque a esos muchachos los mueve la insatisfacción con el neoliberalismo, con ese modelo de ultracapitalismo que proponía una bonanza colectiva que permitiría el bienestar individual pero que ha terminado en una incertidumbre y amenaza para su propio futuro, lo cual se traduce en el malestar colectivo que genera las protestas.

Lo que piden los marchistas es que se reconozca que la función del Estado no debe ser la búsqueda del crecimiento económico como prioridad absoluta, y que por ser el bienestar de todos y cada uno de los ciudadanos el objetivo de toda organización social se hagan las reformas necesarias que se encaminen a ello, esencialmente el cambio de orientación de las funciones del mismo.

 

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