Llega ULibro y las expectativas crecen. Los escritores más reconocidos del último año vinieron de todas partes del continente a Bucaramanga (ciudad de provincia para muchos) para dialogar sobre sus obras y trabajos académicos. Desde la Senadora Claudia López (con su obra ¡Adiós a las FARC! ¿y ahora qué?) hasta Germán Castro Caycedo (persona con la que discierno con respecto al rigor académico que una crónica ha de tener para ser válida científicamente, pero a la que respeto profundamente. Reconocido creador de Nuestra Guerra Ajena). Sin duda alguna, uno de los más esperados fue Enrique Serrano, profesor de la Universidad del Rosario, y escritor de ¿Por qué Fracasa Colombia?
Quienes hemos tenido la oportunidad de leer su obra somos testigos de cuán elaborada es. Indudablemente Enrique es un estudioso de la historia colombiana como él solo. En su escrito se hace un recuento sobre cómo se ha venido formado nuestra nación, que de acuerdo al académico, sienta sus bases mucho más atrás de la conquista y la colonia, remontándose a los moros conversos al catolicismo (que él denomina “nuevos cristianos”) que trajeron consigo a la hoy Colombia una cultura cimentada en falsedades.
Algo claro es que (tal y como él lo reconoció) a lo largo del escrito no se responde a la pregunta del título. En palabras de Serrano este fue escogido por los editores con el fin de llamar la atención del mercado, y que, efectivamente, fuesen mayores las ventas. Originalmente tuvo pensado llamarlo ¿Por qué ha fracasado Colombia? O ¿Por qué puede fracasar Colombia? (que a mi criterio tampoco son respondidas).
Y como era de esperar, semanas antes de la llegada del autor, las expectativas eran altísimas por parte de muchos de sus lectores. Gran decepción la que nos llevamos. Lo que creíamos estábamos interpretando mal, realmente es el pensamiento del autor.
Pero ello no tiene que ver con el trabajo historiográfico que se lleva a cabo, no soy historiador como para poder si quiera contradecir las hipótesis planteadas por Enrique (aunque colegas que sí lo son aseguraron peligroso creer que nuestra idiosincrasia está ligada directamente con los primeros pobladores de la hoy República de Colombia sin tener en cuenta el largo proceso de mestizaje que este territorio afrontó), sino con la creencia de que Colombia está y estará siempre inmersa en una cultura de polarización y mediocridad.
Para Enrique, todo lo hemos hecho mal hasta la guerra (ya que no la considera tan sangrienta y tenaz como la de países como Siria), y, por ende, de acuerdo a su lógica, no podremos hacer bien la paz. Al tiempo, tiene la firme convicción de que la mediocridad (que de acuerdo a la Real Academia Española es hacer algo “de calidad media. De poco mérito, tirando a malo”) no es mala, sino que incluso, es positiva: “Pueden quedarse (en Colombia), por el contrario, todos aquellos que más o menos manejan el código colectivo que caracteriza a las sociedades colombianas, es decir, un código en el que se hace la ostentación más grande posible y una práctica de mediocridad bien institucionalizada, donde lo exigido y ordenado se obedece cuando es necesario y se cumple con los requerimientos fundamentales de una sociedad que exige la supervivencia, pero no se está dispuesto a ir mucho más allá” (P. 246. Negrilla fuera de cita).
Cosa inversa sucede con la honestidad a la luz del pensamiento del autor, quien califica a las personas con gran firmeza de tal atributo como “víctimas, seres indefensos que hay que proteger de manera constante, o como tontos que simplemente no conocen ni pueden adaptarse a las reglas de la sociedad”.
Aunque algo que sí nunca negó fue la posibilidad de que Colombia pueda mejorar. Tan solo que ello no sería posible hasta que la sociedad no despierte (tal y como se viene diciendo desde Jaime Garzón y William Ospina, pero que tampoco propone cómo ello sería posible) y acepte el “código de conducta propio de nosotros” (el ya mencionado). Se equivoca.
Es cierto que somos una nación polarizada, no desde hoy, sino cuando la patria empezó a desarrollar su modelo político-económico, o de acuerdo a historiadores como Enrique antes de la llegada de los europeos. Pero el arraigo de esa característica en nuestra cultura a lo largo de la historia no es un indicativo de que es inherente a nosotros.
Muchas, pero muchas naciones han logrado dar giros de ciento ochenta grados y marcar una diferencia en su propia idiosincrasia. En palabras de la periodista Diana Uribe: “Ninguna nación está condenada a la guerra”, a lo que yo le agregaría “ni a cualquier rasgo que haya impedido su progreso”. Como por ejemplo, la mediocridad que él defiende.
Por un lado Enrique ataca vehemente la inexistencia de un proyecto-nación (una meta común entre todos los habitantes del territorio), pero paralelamente afirma que es necesario que las personas estén dispuestas a la realización de lo apenas requerido para su subsistencia, sin necesidad de ir más allá de ello. Todo lo contrario:
Si deseamos cambiar, precisamente requerimos que cada uno (como individuo y sociedad) asuma el papel de transformar a la nación por medio de acciones pequeñas (del diario vivir, como dejar de colarse en las filas, respetar la norma, contribuir a la financiación del gasto público, etc.), o grandes (campañas altruistas, creación de empleo, proyectos de ley encaminados a una mejor distribución de los recursos). No podemos quedarnos en lo mismo de siempre. Si deseamos un estado de todos, necesariamente todos debemos hacer nuestros sacrificios.
Y justamente por ello es necesario acabar el conflicto armado en Colombia (máximo símbolo de discordia en un pueblo). No con la firma de unos acuerdos entre guerrilla y estado, eso es tan solo el principio (un paso innegablemente necesario). Sino partiendo del valor de respeto a la diferencia (lo contrario a la polarización) y el trabajo en aras de un bien colectivo (inverso a la mediocridad).
La historia no miente, efectivamente hemos sido una sociedad mediocre de cabo a rabo (algo completamente funesto, no positivo como algunos afirman) y totalmente reacia al cambio y la diferencia. Pero tampoco ha mentido en Sudáfrica cuando una sociedad segregada logró unirse a pesar de años de tragedia. Como tampoco lo hizo en Uruguay, Chile, Ruanda, etcétera. No estamos condenados al fracaso, y para salir de este, el hacer “lo apenas necesario” no es la solución.
Aceptemos la invitación de Enrique Serrano de conocer nuestro pasado y, a partir de allí, declaremos a dónde queremos ir. No repitamos los mismo errores de nuestros antecesores, aprendamos de ellos. Ya es suficiente con esta guerra, ya es suficiente con esta polarización, pero sobre todo, ya es suficiente con esta crítica permanente, sin propuesta alguna.