Averiguar sobre los aspirantes es el primer deber de los votantes. Los humanos somos frívolos en el ejercicio de la democracia. Por eso nos identificamos con la retórica sobre lo público, sin revisar la sustancia. El primer paso NO es revisar las propuestas y su posible incidencia en la vida de cada uno; antes de cualquier otra cosa conviene revisar los antecedentes de los aspirantes.
La historia de Gustavo Petro no se limita a su gestión en el Congreso. No se debe censurar su pertenencia al M-19, porque hubo un proceso de paz con ese grupo y además hay evidencia de buena gestión pública por personas que navegaron en las mismas aguas, como Antonio Navarro en la Alcaldía de Pasto y la Gobernación de Nariño. Es cierto que ese movimiento incurrió en conductas inaceptables, pero Petro nunca ha admitido haber siquiera sabido con antelación sobre los secuestros de José Raquel Mercado y Hugo Ferreira Neira, ni sobre la toma del Palacio de Justicia y el magnicidio que resultó de esa escabrosa operación, organizada en alianza con el narcotráfico. El problema con Petro es diferente. Cabe preguntarse por qué personas vinculadas a su proyecto político para Bogotá, como el mismo Navarro, se desconectaron pronto. La respuesta se encuentra en la personalidad del actor Petro, inestable y arbitraria, con ideas diferentes cada día, que hacen imposible un trabajo profesional adecuado.
En su paso por el M-19 se destacó por su inteligencia y su ambición. Tuvo papel protagónico en el proceso de negociación que llevó a ese movimiento a acuerdos con el gobierno. César Gaviria le asignó puesto en la embajada de Colombia en Bruselas, de gran importancia porque la capital de Bélgica es la sede de la Unión Europea, la mayor economía del mundo. Petro llegó con su cónyuge, con quien contrajo nupcias cuando aún era activo en las montañas de Colombia, pero procedió a cortejar a otras damas de manera abierta, con gran sufrimiento para su esposa, a quien trataba como inferior. Se matriculó en la Universidad de Lovaina, una de las más antiguas y prestigiosas del mundo, pero no era muy esforzado; más bien desplegaba destreza en el arte de la seducción, lo cual desgarraba los sentimientos de su contraparte pero desembocó en que una dama ingenua y vulnerable a las mieles del amor le hiciera buena parte del trabajo en la tesis de maestría. No era colaborador modelo en la Embajada; por el contrario, recibió reproches reiterados del Embajador Carlos Arturo Marulanda por la omisión de sus deberes, a lo cual respondió con amenazas y reproches. Exhibía destreza para voltear la torta y asumir el papel de víctima, condición que ha mantenido.
En 2002 fue elegido para la Cámara de Representantes, donde demostró inteligencia y capacidad para investigar; logró la admiración de muchas personas que no simpatizaban con el gobierno de Álvaro Uribe, centrado en la guerra contra las FARC pero escaso en gestión en asuntos vitales, como la salud y la infraestructura, y dispuesto a usar mecanismos irregulares para consolidarse en el poder, como la interferencia telefónica sin autorización judicial, en complicidad con su Ministro de Defensa, Juan Manuel Santos. Petro aprovechó el espacio abierto al papel protagónico para impulsar la polarización de la opinión y consiguió el reconocimiento necesario para aspirar a la presidencia en 2010; quedó de tercero, con 9% de los votos.
A finales de 2012 se presentó para la Alcaldía Mayor de Bogotá. Con gran astucia impulsó causas con tinte progresista y programas no sostenibles en servicios sociales, pero no ejecutó obras de importancia para facilitar el buen funcionamiento de la ciudad. Eso es natural, porque su inclinación al discurso, arte en el cual sobresale, no tiene el respaldo del rigor, así sea seductor. Los beneficiarios de sus programas sociales en el sur de Bogotá lo aman, pero es obvio que ni la capital ni el resto del país están en condiciones de financiar sus esquemas asistenciales, si acaso apropiados para el nivel de ingreso de los países escandinavos. Dejó los servicios de recolección de basuras en honda crisis, pero eso no le ha importado: no acepta que en las actuales circunstancias de Colombia la gestión de lo público no es eficaz, por la debilidad de los sistemas de gestión.
Su mandato en Bogotá se interrumpió por decisión abusiva del Procurador Alejandro Ordóñez, quien lo suspendió por inepto, sin considerar que se trataba de un funcionario elegido por voto popular, lo cual significa que solo puede ser removido por conductas irregulares o por mandato popular, pero no por incompetencia, así ella sea evidente: los errores de los mandatarios del pueblo se pagan en las urnas, y no se pueden evaluar como los de los funcionarios designados por los administradores de turno. La desmesura de Ordóñez contribuyó a crecer la estatura del hábil político ante los electores, envuelto en el manto de víctima.
La vida privada de Petro es asunto suyo, incluida la incoherencia entre el nivel de vida que disfruta, supuestamente por cuenta de su actual cónyuge, y su discurso incendiario en contra de las clases privilegiadas. Se dice que tiene doctorado de la Universidad de Salamanca, pero ignora los fundamentos de la economía política; no reconoce la importancia de asignar los recursos públicos según su incidencia probable en la productividad futura de la sociedad, necesaria para el aumento del ingreso. Sus propuestas se centran en atender las expectativas de los segmentos de votantes a los que se ha volcado su campaña, así ellas no sean el camino adecuado para el país,y desconoce la elevada tasa efectiva de impuestos directos en Colombia, factor que aleja la inversión internacional en sectores distintos del aprovechamiento de recursos no renovables.
Busca el poder como propósito central para atender sus anhelos imperiales. Su talento natural, su habilidad verbal descomunal y su capacidad para trabajar sin descanso en promoverse recuerdan a personalidades notables de la historia reciente, como Mussolini, Hitler, Stalin, Fidel Castro y Chávez. Si sus propuestas tuvieran como propósito el bien común cabría la deliberación ordenada en su proyecto político, pero su autoestima desborda lo razonable y excluye el disenso, con grave peligro para el interés general. Su campaña es la única que reconoce la evidente incongruencia entre los procesos públicos básicos de nuestro sistema político y los laudables propósitos de la Constitución, pero sus propuestas son irresponsables, y podrían tener consecuencias catastróficas.
Ha percibido en forma acertada la escasez de oportunidades para la gente joven en la Colombia de hoy y le ofrece ilusiones que la aritmética contradice, con propuestas que alimentan fracturas y resultarían en despilfarro. Siempre se ha salido con la suya: voltea las responsabilidades hacia las contrapartes para evitar asumirlas, pero nuestro país, desordenado y desigual, no encontrará solución en su improvisación y su vanidad. Petro es tan inteligente como Uribe, pero más impaciente y menos diestro para escuchar opiniones diferentes, así sea para ignorarlas. Tras el desastre de la administración de Juan Manuel Santos es preciso construir instituciones diferentes, que abran el espacio en lo público para la participación de las personas más idóneas y logren el compromiso de toda la ciudadanía; el sistema polarizante, irresponsable e inconsistente de Petro, demasiado poseído de sí mismo, no es el camino.