Esas dos proposiciones que aparecen como título del texto me acompañan desde que tengo uso de razón y me sugieren tantas ideas, tantos significados que sirven para mantenerme con la convicción de saber hacia dónde dirigirme con mis aprendizajes y saberes. He sostenido que la naturaleza y hasta la misma cultura siempre nos dan ejemplos que sirven como evidencias del deterioro o la incapacidad de algunos representantes de la especie humana de combatir la ignorancia de la población, especialmente la de los niños y los jóvenes, y lo que aquí plantearé servirá como demostración. Pues pareciera que la indolencia de gobernantes y la voracidad de unos cuantos por poseer cada vez más y mantener a las personas subordinadas o subyugadas, son los ejes que mueven una sociedad eufemísticamente en “Vía de desarrollo”.
“Mi nombre no importa; soy uno más en esta miríada de seres que intentan sobrevivir con lo poco o mucho que ha aprendido en los avatares de esta vida, de esta existencia. Porque quien piensa críticamente es quien existe, mas el que solo vive, lo hace por vivir o respirar. Pienso, luego existo, podría ser la máxima que guía mi trasegar por la tierra. No soy un autómata. Cada vez que converso con alguno de mis amigos de infancia descubro que aún siguen inmersos en un marasmo de desinformación; me desespero y pienso en la poca o nula capacidad de sindéresis que los agobia: ¡Dan tristeza! Un rictus de resignación me embarga. No obstante, son mis amigos con quienes crecí y me divertí cuando niño e intento disuadirlos, pero se mantienen verticales en sus posturas sin aceptar la contradicción. Tal vez ellos sean el producto estandarizado de una sociedad manipuladora del conocimiento y de la información. Quizás fue la formación que recibieron no solo de unos padres amorosos e iletrados que se dedicaron a ofrecerles los medios para la sobrevivencia en una sociedad donde la exclusión y el olvido son normales y arraigados en la consciencia colectiva, o de un Estado desinteresado en preparar ciudadanos conscientes de su rol como seres inalienables. Pero lo peor de todo es que ellos saben que no saber es una forma de manejarlos y no les preocupa deshacerse de esas ataduras. Siguen incólume como si esa fuera la mejor forma de vivir: respirar, comer, trabajar y volver al círculo vicioso de la monotonía cotidiana.
Mientras camino recuerdo que cotidianamente los veía sentados en las esquinas refiriendo chistes o perdiendo su tiempo que cada vez los convertían en marionetas de un sistema que los necesitaba así: iletrados como sus padres, sin la capacidad por alcanzar grandes ideales, sin mentalidad de trascendencia. Me daba grima de saber que ni ellos ni sus padres se preocuparon por llevarlos a prepararse a la escuela. Vivian el día a día como si nada les importara. Eran una masa amorfa y sin aspiraciones. Eso era lo que el sistema deseaba que fueran. Con ellos el establecimiento había triunfado en ese tipo de formación de seres humanos preparados únicamente para trabajar, que sirvieran para producir y consumir.
Sé que no todos pueden ser médicos ni ingenieros ni economistas; pero también sí sé que podemos ser libre cuando dejamos de ser marionetas del destinos y de los sistemas que solo se preocupan por los intereses particulares de unas cuantas familias y unos pocos potentados. Máquinas esclavizadas para enriquecer a grandes capitales nacionales o internacionales. También sé que la forma para salir de ese vórtice de desidia y pereza mental es estudiando, preparándose para conocer y pensar sin ataduras.
Me viene a la mente la importancia que tiene el conocer, el saber pensar, leer críticamente, el manejo de la técnica y la tecnología, la ética, el respeto al otro y a la naturaleza, entre otros saberes esenciales en la formación de las personas de este siglo como temas recurrentes de la Nueva Era, la de la inteligencia artificial ( IA) y la robótica. Temas que son la piedra angular de mis elucubraciones. En un mundo donde la cantidad de datos y la velocidad de acceso a la información están en constante aumento, la capacidad de leer críticamente, saber escribir, saber hablar y escuchar, manejar mínimamente una segunda lengua, investigar, innovar, trabajar en equipo, manejar la incertidumbre de los veloces cambios de la ciencia y la tecnología se convierten en habilidades indispensables para cualquier individuo, mujer u hombre, que aspire a ser una persona competente y bien estructurado. Me imagino a mis amigos luchando para no ser una masa acrítica que baila al son del vaivén de los avatares de la vida y de un sistema inhumano que se adhiere a las mentes de la nuevas generaciones, que hoy solo se preocupan por los likes y la superficialidad del consumo indiscriminado de productos innecesarios.
Entonces, recuerdo el mensaje “SOY LO QUE HE LEIDO”, que leí en alguna límpida pared de la universidad; frase con connotaciones de mucha creatividad para lograr la movilidad social, o para interpretarse como el terror de la ignorancia de las personas, o para señalar que el disfrute de la existencia se hace cuando se desarrolla la competencia lectora tanto de la realidad como de los diversos textos, convirtiéndonos es seres más sensibles, conscientes y consecuentes con nuestra función en la tierra. En fin, la lectura, estoy muy seguro, nos desata de las cadenas del analfabetismo y nos hace trascender el aquí y el ahora. Ella nos hace pensar y, si nos ayuda a pensar y a desarrollar nuestra cosmovisión, será muy difícil que seamos manipulados como marionetas circense”.
En síntesis, con este análisis de lo que viven mis amigos, se confirma una vez más lo que la OCDE y la evaluación Internacional PISA, a través de los datos arrojados del Programa para la Evaluación Internacional de estudiantes, resalta al expresar que 3 de cada 4 jóvenes de 15 años de edad en la región son “incapaces” de demostrar habilidades matemáticas de “nivel básico” y más de la mitad no cuenta con las competencias básicas de lectura. Es decir, se viene lloviendo sobre lo mojado y aun se sigue sin una política pública contundente para erradicar no sólo el analfabetismo del grueso de las nuevas generaciones, sino para combatir las injusticias, el olvido y la exclusión de los menos favorecidos.