Por qué pasó lo que pasó
Opinión

Por qué pasó lo que pasó

¿Qué esperar de Petro? Que se acerque a Pepe Mujica, Allende, que tome distancia de Ortega y Maduro. Que abrace a su pueblo, 50 millones con mucha gente hecha trizas

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junio 23, 2022
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Durante su mandato entre 1909 y 1913, sentenciaba el presidente norteamericano Howard Taft que no estaba lejano el día “en el que tres banderas de barras y estrellas señalen en tres sitios equidistantes la extensión de nuestro territorio: una en el Polo Norte, otra en el Canal de Panamá y la tercera en el Polo Sur. Todo el hemisferio será nuestro, como de hecho en virtud de nuestra superioridad racial, ya es nuestro moralmente".

Algo más de cien años después, tres banderas ciertamente serpentean de México a Chile, pasando ahora por Colombia, pero no parece que serán por un tiempo de barras y estrellas, o no al menos totalmente.  Es otro su gesto, uno ideológicamente de izquierda que, aunque lo tenga muy difícil en la práctica, promete transformaciones aplazadas, capitalismo democrático, emoción en la diversidad humana, equidad, memoria, un sueño posible, otra oportunidad.

Más que a los desastres naturales este país ha tenido miedo centenario al comunismo. O así se lo ha hecho creer y digerir la dirigencia tradicional y las clientelas liberal y conservadora de no hace mucho, y sus variaciones de la derecha del siglo XXI. El mejor comunista es el comunista muerto, solía y acostumbra todavía a decirse. Y por comunista se tiene por lo habitual a todo el que sea pobre, indio, negro, roquero, artista, sindicalista, activista social, entre toda una gama de señalamientos posibles.

Pero aún así, los tildados de comunistas, los comunistas practicantes o los seguidores de la tradición, la familia y la propiedad, dan por igual sentado que en el caso de Colombia la cuerda no daba, ni da más para estirar.

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Sucedió porque hay cansancio, desazón, porque no se soporta ese 42 % de gente en la pobreza; porque es inicua e infame la inequidad

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Por eso pasó lo que pasó.  Sucedió porque hay cansancio, desazón, porque no se soporta ese 42 % de gente en la pobreza; porque es inicua e infame la inequidad, la gula de pocos que causa hambre de muchos (diría Gandi); porque no se tolera por otro tiempo largo a los jueces y magistrados sucios, a los políticos y funcionarios  vandálicos, a los procuradores, contralores y fiscales de bolsillo; a los banqueros con sus excesos, a los defraudadores de impuestos; no se aguanta que a un presidente sindicado de vilezas se le declare un presidente eterno, que asesinos gocen de libertad y lujos, que la justicia se arrastre, que el Erario se esfume; los contratistas de obras y los servidores amangualados; llegó al acabose el desplazamiento de comunidades, el asesinato sistemático, las medias verdades oficiales, la improvisación, el premio politiquero, el modelo de Estado parásito que deglute impuestos y devuelve vacío. Y es claro que no es de cuatro años acá, esto es de más de un siglo acá.

Una profesora vietnamita entrevistada por Alfredo Molano, pasado un par de décadas tras la guerra devastadora, concluyó con una sentencia: El comunismo no fue detenido con la guerra, sino con la paz.

¿Qué esperar entonces de Petro? Pueda ser que se ría más, que se parezca más a Bateman, a Carlos Pizarro, al sentido no dogmático del M-19, que se acerque al Pepe Mujica, a la Bachelet, al parámetro de honestidad sin límite de Salvador Allende.

Que tome distancia radical de la bestialidad, la criminalidad y la devastación de Ortega y de Maduro. Que abrace a su pueblo, un pueblo que no es de 11 millones de electores, sino de 50 millones con mucha gente hecha trizas. Que convierta el discurso de victoria del 19 de junio en Plan Nacional de Desarrollo, y lo cumpla. Ojalá promueva ese capitalismo de sentido democrático, justo, antimonopolio y redistributivo; que ocurra de la educación pública el mejor rostro de la educación; que hunda a fondo el acelerador por la cultura; que oiga opiniones y las valore; que eleve una bandera inmensa en la Amazonia para hablar duro ante los países que se lucran de deforestar y contaminar; que no haga acuerdos subrepticios con políticos criminales, que no otorgue un milímetro a los corruptos, aunque alguno de ellos haya estado soplando en su campaña;  que no se entierre el primer día con una reforma tributaria peor que la indolente trapisonda de Carrasquilla, que sea feliz con la idea de dejar esto mejor de lo que recibe.

Hacia julio de 1929 un grupo de campesinos y gente del pueblo declaró una revolución bolchevique, los Bolcheviques de El Líbano, hoy departamento del Tolima. Unos años antes se había conformado el Partido Socialista Revolucionario, y el ideal de la insurrección rusa del año 17 trascendía hasta acá. No de la nada, no por azar; llegaba porque una forma de burguesía feudal se había impuesto desde el momento mismo de la conformación republicana tras la Independencia.

Los comunistas se hicieron a golpes de martillo. Como el mejor comunista era, ya se ha dicho tristemente, el comunista muerto, esa fue la práctica del siglo pasado. Fueron asesinados Bernardo Jaramillo, Jaime Pardo Leal, José Antequera, más de 4.000 militantes de la Unión Patriótica que ciertamente no eran guerrilleros. Eran solo personas de izquierda, idealistas, algunos de ellos ni siquiera verdaderos comunistas.

Pasó lo que pasó y conviene enaltecer otra oportunidad. La cuerda no da para estirar más.

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