James Rodríguez está jugando desde los cinco años. Fue un niño prodigio y cargó con esa maldición. Sus papás se frotaron las manos. Sabrían que algún día podría ser una estrella. Nelson Freddy Padilla, periodista estrella de El Espectador, realizó una investigación donde develaba que, a los 12 años, cuando era la figura más destacada del Pony Fútbol, torneo en donde se destacan las que serán los cracks del futuro, era obligado incluso a jugar con fiebre. Los niños genio terminan siendo, la mayoría de las veces, martirizados, traumatizados. Un niño juega, no debe tener presión de ningún tipo. James las tuvo todas. A los 18 años fue campeón en Argentina, a los 19 debutó en la selección, a los 23 fue goleador de un mundial y el Real Madrid pagó 80 millones de euros por su pase. En el 2014-2015, en esa temporada, James estuvo entre los cinco mejores jugadores del mundo. Después vendría una lesión jugando un amistoso contra Perú en Miami, todo por su manía de representar siempre a la bandera tricolor. Su técnico, Rafa Benítez, lo condenó. Lo mandó a la banca y James empezó a tener problemas físicos. El sóleo le generó más de veinte incapacidades en dos años. Jugó con una pierna el mundial de Rusia y aún así hizo dos pase goles espectaculares en la goleada contra Polonia. James siempre ha estado ahí. A sus 32 años, siendo mediocampista, está cerca de convertirse en el goleador histórico de la selección.
James regresó de titular al Metropolitano. La prensa, sabiendo del poder de los clicks, alimentó el mito de que el 10 era un disipado borrachín que se la pasaba, por ejemplo, trasnochando en discotecas en Madrid. Con modelos y estrellas porno. Jamás la prensa rosa española le tomó una foto. En Brasil ha sido importante, sus compañeros en el Sao Paulo lo respetan. Pero la prensa se quedó con el penalti que se comió en la copa Sudamericana.
En el Metropolitano James se creció. Tenía una batuta y dirigía, a punta de magia, la orquesta
Había resistencia en el Metropolitano. Incluso el público se sorprendió al verlo en la línea titular. El calor era sofocante. Acababa de llover y se levantó un vapor de olla express. Era difícil respirar. Pero James se creció. Tenía una batuta y dirigía, a punta de magia, la orquesta. Logró incluso un golazo y en el segundo tiempo se cansó de poner mano a mano a los delanteros colombianos contra el arquero uruguayo. La gente estaba feliz. Después del enfrentamiento que tuvo con los barranquilleros en el partido contra Perú en las eliminatorias pasadas, James y Barranquilla se reconciliaban. Las heridas se curan a punta de goles.
¿Cuál fue el crimen que cometió James? ¿Por qué los periodistas lo odiaron tanto? ¿Sólo por la dictadura del click? James se gana cinco millones de euros al año, tiene 60 millones de seguidores en Instagram. Podría haberse retirado hace rato, tiene asegurado el futuro de él, de sus hijos, de sus nietos. Todos creen que es fácil su oficio olvidando que todo trabajo es horrendo. Que a él le duele físicamente jugar. Y si ha decidido seguir es porque es adicto a la gloria. Porque ama su país más de lo que podemos amarlo a él. Ama sin esperar nada a cambio. En Brasil, el lugar donde empezó su leyenda, podría reencaucharse y llegar bien al mundial del 2026 y ahí si retirarse como lo que siempre fue: un ídolo nacional.