En una entrevista con el motivador Daniel Habif, James Rodríguez se desahogó, fue honesto y contó la verdad. En Alemania no se quedó simple y llanamente porque no se le dió la gana. Tuvo problemas con el idioma y con una disciplina que él calificó de excesiva. Un día le dijo a su profesor de alemán que no perdiera el tiempo, que él nunca iba a aprender eso. Se veía deprimido, golpeado. Para sacar a relucir su brillo dijo algo que es cierto, James es el mejor jugador de nuestra historia.
Goleador de un mundial, triunfador en el Real Madrid en su temporada debút al igual que con el Bayern, son pocos los que pueden decir eso. Hasta el creador de Super campeones le hizo un dibujo inspirado en él. Sin embargo acá somos felices deseándole el mal, tratándolo de poco profesional. Nunca hay un margen de error para él. Algunos están promoviendo incluso que no lo convoquen más a la selección.
James es nuestro futbolista estrella. Ni el Pibe ni Asprilla han tenido el éxito con selección ni con Europa. James se va a recuperar, va a volver la confianza y va a estallar de nuevo, ojalá en el Lazio. Es un buen muchacho y por la selección hace todos los sacrificios. Qué malagredecido somos los colombianos, ya nos olvidamos que él perdió la titularidad en el equipo merengue el día que aceptó jugar un amistoso contra Perú en Miami y llegó a Madrid con el hombro lesionado.
Muy triste el trato que los colombianos le damos a James, tan parecido al que una vez le dimos a Juan Pablo Montoya. Tiene 29 años y va a regresar, nos clasificará a Catar y volverá a ser figura en un mundial pero nadie le pedirá disculpas. Todos volverán a abrazarlo sin remordimiento, sin preguntarle cuánto sufrió cuando se convirtió en la pera de boxeo de los colombianos en redes sociales.
Y no es ni siquiera un problema exclusivamente colombiano, miren no más en Argentina como tratan a Messi. Los seres humanos somos desagradecidos, nada qué hacer.
