Me pareció muy conmovedor el gesto de ver a tanta gente tomándose una foto en solidaridad con Eileen, la actriz que fue golpeada por su expareja hace apenas unos días, pero yo no me tome la foto. No me la tome, porque mirando la colección de imágenes solidarias, reconocí una verdad incómoda: yo conozco a algunas de esas mujeres, y sé que también a ellas las golpean y se quedan calladas. Las que somos testigos de esa violencia también nos callamos. Ahí estaba la modelo que tiene que soportar las humillaciones de su marido cada vez que se emborracha. La mujer del abogado que tiene que aguantarle porquerías inimaginables, la periodista que ha pasado de una relación abusiva a otra, la médica que convive con uno que la humilla porque es más exitosa que él. Ahí están, tapándose el ojo en solidaridad con Eileen, pero incapaces de reconocer sus heridas en el espejo.
Reconocí entre ellos a algunos hombres cómplices también: el cantante cuyo amigo del alma tiene por costumbre emborracharse y apuntarle con un arma en la cabeza a su esposa, el senador que ha arrastrado por el piso a cada una de las parejas que ha tenido, el político poderoso que destrozó a su mujer antes de divorciarla. Vi a algunos actores solidarios, genuinamente indignados, pero que también aceptan representar el papel de narcos y se suman con eso a mantener una cultura violenta que sostiene el estereotipo de la mujer mala y jodida que se tiene bien ganada su desgracia.
Una de cada cuatro mujeres en Colombia es víctima de la violencia intrafamiliar.
Las otras tres somos cómplices y también guardamos silencio
Una de cada cuatro mujeres en Colombia es víctima de la violencia intrafamiliar. Las otras tres somos cómplices y también guardamos silencio. Muchos de esos hombres violentos son hombres poderosos, encantadores, influyentes, y sus mujeres se convencen (y nos convencen) de que esa violencia es solo una parte de la relación, pero no la define. Se convencen de que se le pasará, de que mientras la herida no sea en la cara el tema es manejable, de que es un asunto privado o de que los celos enfermizos son una forma extrema de amor.
Todos somos cómplices cuando callamos los abusos en familia, y somos cómplices cuando no hacemos lo suficiente por resistir activamente la cultura tan machista y enfermiza que nos rodea, cuando nos sentamos pasivamente a esperar que sean otras mujeres las que se levanten a defender nuestros derechos.
Mucha gente se sentirá indignada por esta verdad incómoda. ¿Quieren que les pruebe lo que les estoy diciendo? Aquí va: después de leer esto, seguramente usted también encenderá la radio para escuchar la muy esperada entrevista en exclusiva que ya anunció el hombre que golpeo a Eileen, y no tengan duda de que le darán más tiempo al aire que a la víctima, y de que después de la campaña efectiva que ha hecho todo el fin de semana para terminar de acabar con ella, lo dejaran escupir toda suerte de mentiras para justificar su cobardía. Y la entrevista parecerá cuestionarlo, pero no se atreverán a cortarle la llamada, ni a llamar las cosas por su nombre, ni a soltar la entrevista, porque saben (y es verdad) que estará medio país escuchándolo con placer contar por qué ella se lo merecía, como fue que ella mintió, ella, ella, ella....y al final terminaran concluyendo que la víctima es él, y que ella se lo ganó por loca, quien la manda!
Somos cómplices de la violencia que nos rodea.
Todas sabemos quiénes son, como lo hacen, donde están las heridas que no se ven
Somos cómplices de la violencia que nos rodea. Todas sabemos quiénes son, como lo hacen, donde están las heridas que no se ven. Todas conocemos a la vecina, la amiga, la familiar, a ese alguien en nuestro entorno que está siendo víctima de una violencia persistente, pero que no habla. Después de que terminen de destrozar a Eileen en los medios, ellas concluirán que ha sido mejor guardar silencio, que es mejor callar a “fracasar” en el matrimonio, o a enfrentar la pérdida del estatus o a hablar con sus hijos.
En un par de semanas el caso caerá en el olvido, y no habremos aprendido absolutamente nada, nada habrá cambiado en los miles de casos que se producen a diario en los que las víctimas terminan revictimizadas por los golpeadores. Es curioso ver cómo la gente se jacta señalando a los musulmanes de ser unos bárbaros marchistas, pero la verdad incómoda en el espejo es que América Latina aporta más de la mitad de las muertes por feminicidio, y Colombia está a la cabeza, produciendo más del triple de las muertes de mujeres que en Brasil (en una tasa por 100mil habitantes).
Pero en este estado de cosas que tenemos hoy, ¿a alguien le sorprende que Colombia sea uno de los países con mayor número de feminicidios en el mundo y que no pase nada?