Tuve Nintendo mucho antes de que los otros niños de mi cuadra lo tuvieran. Mi mamá fue a Miami en 1989 ha visitar a unos familiares y llegó con regalos. Uno de ellos era esa cajita de letras rojas. Lo más hermoso que vi en mi vida. Con la caja venía una pistola y un juego doble, Mario Bros y los paticos cuyo nombre no recuerdo. Obvio que disparar con una pistola la pantalla de un Triniton y que hubiera una interacción era algo mágico, que nos acercaba al futuro soñado por Kubrick. Pero el juego que me partió la cabeza era Mario. La definición de cuadros, los mundos, la narrativa que uno vivía representaba un salto estratosférico con respecto a sus antecesores, el Atari y el Telebolito. De más está decir que me volví adicto al juego y perdí ese año. Algo pasó con mi Nintendo que, 33 años después, no lo puedo recordar. Después vinieron otros juegos, Zelda, Contra, Goal, pero, cuando me regalaron en 1993 Super Mario Bros 3, wow, esto si fue un antes y un después. Poder volar con la cola de castor era una sensación única. Te convertías en un hada.
Esa misma sensación la volví a tener el miércoles pasado cuando me escapé del colegio para ver la adaptación del videojuego en cine. Llovía, como siempre en Bogotá. Nos metimos a una sala de Cine Colombia en Unicentro y estaba tetiado. Gente de todos las edades. Pero sobre todo cuarentones que iban en pareja. Y eran los que más reían y disfrutaban y cantaban a todo pulmón el Peaches, Peaches, Peaches, Peaches, Peaches, Peaches junto con sus hijos. Algunos la habían visto varias veces. La vimos subtituladas porque no queríamos perdernos a Ana Taylor Joy, a Chris Pratt y, por supuesto, al malo más hermoso en mucho tiempo, el gran Jack Black. Cuando terminó la película el público, como si estuviéramos en una película en los ochenta, se levantó a aplaudir.
Es hermoso cuando pasa esto en el cine, cuando una película te vuelve a tu niñez, la música, tan cercana al videojuego, los gráficos, cada hongo, era una incitación a la evocación, a la nostalgia. Es tan linda Super Mario Bros. La verdad, no sé de qué putas va, pero que me la vuelvo a ver lo haré una y dos mil veces. Ojalá me quedara allá, en sus mundos de hongos y cucaña.