¿Por qué nos conmueve más un partido de fútbol que la muerte de los líderes sociales?

¿Por qué nos conmueve más un partido de fútbol que la muerte de los líderes sociales?

¿Qué importa ser manipulado desde pequeño si de lo que se trata es de pasarla bien, sabiendo que la capacidad crítica a menudo redunda en desazón y angustia?

Por: Manuel Leonardo Prada Rodríguez
junio 14, 2019
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¿Por qué nos conmueve más un partido de fútbol que la muerte de los líderes sociales?
Foto: Instagram @fcfseleccioncol - Las2orillas

El hombre nace de una madre que no escoge, que lo inmerge en una cultura que tampoco elige. Como los demás animales, cada persona va adaptándose por instinto a su entorno natural y social. Así, en el ajuste a su mundo circundante el ser humano imita las actitudes y creencias de los integrantes de su comunidad hasta lograr ser aceptado por esta última como un integrante no solo biológico, sino también cultural. En otras palabras, el hombre va siendo conducido desde su nacimiento y durante su crecimiento por las formas establecidas por convención social para ser uno más de la familia, la escuela, el barrio, el gremio laboral, entre otros contextos propios de los seres humanos. De esta manera, muchas decisiones tomadas por las personas no son originales, sino que responden a criterios impuestos socialmente.

Cuando un niño va al colegio, habitualmente cree que todo lo que le informan sus profesores es una verdad incuestionable. Por una parte, ningún ser humano nace con su capacidad crítica desarrollada, sino con una gran disposición para imitar a quienes pueden conducirlo hacia las prácticas socialmente validadas. Por otra parte, aquellos niños que en sus escuelas postulan visiones diferentes acerca de la vida pueden ser sancionados tanto por sus profesores como por sus pares. Esa tendencia a hacer caso acrítico a lo que los demás piensan, ordenan, amenazan, etc. es ratificada por lo que sucede tanto en el hogar, en la relación entre el niño y sus padres, como en el barrio, en la relación entre él y sus amigos. De manera semejante, los medios masivos de comunicación, los videojuegos, entre otras actividades interactivas tienen capacidad para afectar agradablemente al niño, motivo por el cual él puede dedicarles varias horas al día sin protestar, enfocando sus decisiones de acuerdo a la información que dichas tecnologías le ofrecen. En fin, desde que es pequeña la persona se acostumbra a obedecer, a seguir patrones que los demás siguen para orientar sus acciones, sin atreverse a disentir, bien sea porque no tiene la información necesaria para hacerlo o porque, teniéndola, no sabe qué hacer con ella, dado que no ha ejercitado su capacidad crítica, ese distanciamiento analítico de los hechos en pro de la reflexión.

Con base en lo anterior, desde pequeños los colombianos están acostumbrados a congraciarse con creencias que moldean las prácticas, sin darse cuenta de qué es lo que realmente están legitimando. Casi todos los colombianos repiten de memoria que 1492 es el descubrimiento de América sin analizar esas dos palabras, para ver qué tan pertinentes son para denotar aquel acontecimiento en el que muchísimos indígenas fueron amenazados, torturados, castrados y asesinados por algunos conquistadores españoles que estaban sedientos de tierras y riquezas minerales, asunto semejante al obrar paramilitar actual. Varios muchachos colombianos van como tortuga que se deja llevar por una corriente marina a los prostíbulos para perder en ellos su virginidad, sin detenerse a pensar antes que su futuro acto validará un sistema de esclavitud, en el que solo unas pocas mujeres deciden trabajar voluntariamente en ese oficio, mientras que la mayoría se ve obligada a hacerlo, sin esperanza de liberarse jamás de dicho yugo. Y casi todos los colombianos compran gaseosas o cervezas para ver con sus amigos y familiares los partidos de la selección colombiana de fútbol, sin ser conscientes de lo que están legitimando.

Ahora bien, ¿a qué punto quiero llegar?, ¿por qué es tan importante un partido de fútbol para tantas personas colombianas? Desde su más temprana infancia, el ser humano nacido y criado en Colombia se encuentra con el fútbol. Este deporte se juega en las calles, los parques, los colegios, las oficinas, los estadios, entre otros lugares de culto religioso, caracterizado en muchos casos por el fanatismo de sus sacerdotes y profetas pertenecientes a las barras bravas. Dicho deporte se publicita todo el tiempo en radio, televisión, vallas publicitarias, afiches y voz a voz. En fin, en estas comarcas feudales el fútbol es pan de cada día, algo tan normalizado como comer empanada cuando no hay plata para comprar el almuerzo.

Lo anterior motiva a preguntar: ¿quiénes son las personas que se benefician del fútbol publicitado en los medios masivos de comunicación, de las gaseosas y las cervezas vendidas en torno a dicha reunión sacra, de esa masa acrítica que se disfraza con los colores de la bandera de Colombia, grita y salta cada vez que un jugador —que gana anualmente el dinero que muchas de esas personas reunidas en torno a un televisor jamás ganarán durante todos sus años de trabajo— hace un buen pase o mete un gol? En Colombia casi todas las personas conocen la respuesta, pero aunque la repiten de memoria, no meditan en las implicaciones éticas de saber dicha información.

Y la respuesta es que la Organización Ardila Lülle se ha encargado de construir un imperio económico a partir de la imposición mediática de gustos en los colombianos desde que nacen de una madre que no escogen, crecen en una cultura que tampoco eligen y ven como algo natural los programas de televisión en los principales canales a los que tienen acceso. El negocio redondo para dicho emporio económico consiste en que cada colombiano —que en torno a un televisor constituye junto a sus compatriotas aficionados más de cuarenta millones de almas concentradas en una misma emoción— consuma gaseosa mientras ve un partido de fútbol. ¿Quién es el dueño del canal donde se transmite la Liga Colombiana de Fútbol, muy a pesar de que esta última esté patrocinada por el águila que representa a la que desde antaño ha sido la competencia, es decir, el Grupo Santo Domingo, hoy fusionado con la SABMiller?, ¿quién es el dueño de la compañía Postobón S. A., encargada de producir las gaseosas que los colombianos van a consumir mientras otean el cotejo? y ¿quién es el principal accionista de Incauca y los demás ingenios que producen el azúcar requerido para endulzar las gaseosas, que son indispensables para ver los partidos de la liga de fútbol en cuestión?

Por supuesto, la Organización Ardila Lülle es buena competidora y deja algo para su álter ego. Dos partidos de fútbol colombiano televisados a la semana van acostumbrando a las personas a ver fútbol, a necesitarlo, a querer hablar de él muchas veces en cualquier ambiente. De esta manera, a las Chicas Águila, encargadas de promocionar a los héroes de la Selección Colombia, no les cuesta mucho trabajo —entre otras cosas, por su cuerpo voluptuoso expuesto como mercancía que engancha a los clientes a comprar las demás mercancías— lograr captar la atención de esos adultos llamados por el sublime destino patriótico de consumir cerveza mientras se ve un partido. Así, hay cierta camaradería entre los contendores económicos. Desde RCN, la Organización Ardila Lülle le pasa el balón a Caracol Televisión para que haga su propia gambeta, que habitualmente termina en un golazo económico muy rentable tanto por el partido transmitido como por las cervezas vendidas. Con tanto talento empresarial, el 15% de las acciones de Bavaria basta para que el Grupo Santo Domingo mantenga la otra parte del monopolio de los gustos colombianos que tanto lo lucran.

Por cuanto un colombiano promedio crece viendo propagandas de fútbol, llenas de colores, gritos y alegrías, que van en consonancia con la cultura futbolera que se vive en un país donde se valida enriquecer cada vez más —con el consumo de gaseosas, cervezas y televisión— a los que desde antaño son los dueños de las pocas industrias que hay, realmente es muy complicado que dicho colombiano vea críticamente un partido de fútbol, que analice las consecuencias de sus actos antes de realizarlos. El problema es que este fanatismo religioso en torno al fútbol hace de esos colombianos ciegamente sometidos a él algo más parecido a un corral de ovejas que a una comunidad de animales racionales, que disienten, seleccionan y eligen otras posibilidades. El colombiano que no se pierde un partido, que presta más atención a los goles hechos por sus héroes que a la muerte de un líder social, es más parecido a un animal que está predeterminado por el instinto. No obstante, con cada acto que realiza, el ser humano puede ir más allá de su propia determinación biológica, desarrollando aquella personalidad que lo diferencia de los demás animales, entre ellos, las ovejas de corral, que votan por quien su pastor diga, que deciden hacer lo que él les diga que tienen que hacer. Ante el anuncio del partidazo entre Colombia y Argentina no hay más opción que cancelar cualquier otra actividad para verlo, porque es una obligación moral y patriótica que todo integrante del corral de ovejas tiene que cumplir, como si no hubieran otras opciones para tratar de construir la propia existencia.

En el fondo, ¿qué más da que un campesino tenga que perder su tierra y que los árboles nativos tengan que ser talados, para que se siga monocultivando la caña de azúcar en el Cauca, que puede ofrecer tanto placer al convertirse en el ingrediente principal de esa gaseosa que permite acompañar la observación detenida, pero no analítica, de un partido de fútbol?, ¿qué importa ser manipulado desde pequeño, si de lo que se trata es de pasarla bien, sabiendo que la capacidad crítica a menudo redunda en desazón, angustia, ganas de construir una propia personalidad? ¡Que viva el fútbol y que mañana Colombia le gane a Argentina! ¡Qué viva el fútbol y nos permita seguir olvidando vez tras vez que la vida de quienes defienden los derechos de los indígenas, afrodescendientes y campesinos vale menos que una gaseosa, una cerveza y una camiseta de la Selección!

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