El 26 de septiembre la platea gritaba feliz “sí se pudo”, ante la firma del acuerdo de paz. Reflejaban los asistentes el pensamiento de personas que como yo todos estos años cruzábamos los dedos con la esperanza de que avanzara el proceso con las Farc. Claro, con la firma de Santos y Timochenko primero en La Habana y luego en Cartagena quedaba la impresión de que todo estaba concluido y que la refrendación popular era pan comido.
Ya sabemos lo que pasó el fatídico domingo 2 de octubre, cuando las ilusiones de casi seis años de negociaciones se desbarataron con el triunfo del No. Esta semana las emociones han sido de todo tipo, desde la profunda tristeza apenas se conocieron los resultados, pasando por rabia, frustración y por supuesto desconcierto.
Las primeras dos emociones no las compartieron, por supuesto los del No, pero la última es la percepción generalizada que hay hoy en el país, porque nadie, ni el senador Uribe, ni el exprocurador, ni Pastrana, ni Martha Lucía Ramirez, ni nadie que haya votado contra los acuerdos de paz, hoy sabe cómo vamos a salir del atolladero en que nos metimos.
Sin embargo, desde el lunes el presidente Santos ha venido realizando reuniones con todos los que lideraron la oposición al acuerdo y también a su gobierno. Eso que era impensable antes del domingo de las votaciones, cuando Juan Manuel le mandó a decir a Álvaro que no tenía tiempo para reuniones, lo tuvo que hacer a la carrera, bajo la presión de la derrota. Mejor dicho, le tocó hablar humillado y acorralado. Y eso no es bueno.
Nos queda la percepción de que estas conversaciones se podrían haber realizado antes del plebiscito y nos hubiéramos ahorrado la derrota. Si el propio presidente, no se hubiera dejado obnubilar por los aplausos internacionales, por la candidatura al nobel y por su nuevo mejor amigo Timochenko, debía haber dedicado sus buenas dotes de diplomático para hacer la pedagogía de los acuerdos con sus opositores, uno por uno, como ha hecho esta semana.
¿Si se dialogó tanto tiempo con las Farc,
por qué no dialogar con el país
siquiera un mes antes de la refrendación popular?
Nos contó, por ejemplo, que con a los pastores cristianos analizaron algunos puntos del acuerdo y encontraron que las diferencias eran menores, cosas que se podrían haber arreglado con algunas precisiones. Y aunque no contó detalles de las reuniones con Pastrana y Uribe, queda la sensación de que esas cosas podrían haberse solucionado antes. Entonces, ¿por qué no se pudo el diálogo previo? Tal vez por las agendas políticas y electorales de cada uno de los protagonistas, por soberbia y por imprevisión. ¿Si se dialogó tanto tiempo con las Farc, por qué no dialogar con el país siquiera un mes antes de la refrendación popular?
No digo que estoy de acuerdo con los opositores del plebiscito, sigo firmemente convencida de que lo mejor era votar por el Sí, pero el presidente apresuró tanto esta refrendación que ahora parece como si al ponerle demasiada candela al proceso, hubiera quemado el pan en la puerta del horno.
Por otro lado, se siente que las Farc están desconcertadas, que no tuvieron tampoco la previsión de pensar en las opciones si ganaba el No. Por supuesto una negociación es de dos partes y en esta las dos partes se enfrascaron en los diálogos entre ellas, pero se olvidaron que pactaban una paz que nos involucra a todos los colombianos, los del Sí y los del No.
Es fácil, ver esto ahora. Por esto no es que la culpa la tenga solo el gobierno, las Farc y la oposición. Los que estábamos por el Sí, nos dedicamos a hablar entre nosotros y despreciamos a los del No. Por ese camino llegamos a un abismo sin salida y el paso adelante fue el domingo. Habrá que ver si ahora nos sirven de paracaídas esos diálogos improvisados que se anuncian entre gobierno y opositores, en los que una vez más hay una parte del país que se queda por fuera. Ese medio país que voto por el Sí.
