La capital del Valle del Cauca se ha erigido en las últimas décadas como una ciudad rumbera. Antaño esa imagen era acompañada por un urbe que le apostaba al deporte y la cultura, pero a lo largo del tiempo ello se ha perdido; y sin embargo, en este respecto, vale la pena resaltar que el alcalde, Rodrigo Guerrero, le estuvo apostando a eventos deportivos y culturales. Por eso algunos representantes de la ciudad, como el senador Edinson Delgado, tuvieron la iniciativa que buscaba volver a Cali en un Distrito cultural y deportivo. No obstante, eso se quedó en veremos.
Cali es una ciudad rumbera, eso es innegable, y tanto lo es que quien se posesionará como alcalde en las próximas semanas ha dicho que acabará con la ley zanahoria, esto es, la ley que le pone límite a las actividades que prestan los establecimientos nocturnos, que hasta hace unos días podían prestar servicios hasta las tres de la mañana, y ahora último –Guerrero y Armitage son de la misma cuna– el horario se extendió hasta las cuatro.
Quizá esa característica de ciudad parrandera explique, en alguna medida, la razón por la cual Cali sigue entre las más violentas del país. Más aun, por qué mientras en Medellín y Bogotá la reducción de homicidios baja, en la capital del Valle del Cauca dichos descensos son apenas leves si se compara con la reducción de homicidios con las ciudades mencionadas arriba (véase cifras de Cali Cómo Vamos).
Este panorama, sumado el dramático estado del Hospital Universitario del Valle, cuya atonía parece irreversible, ha suscitado un malestar en alguna parte de la población. La gente se pregunta: ¿Cómo pensar en la Feria mientras la salud del hospital más importante del suroccidente colombiano permanece en estado crítico? ¿Cómo celebrar a sabiendas de que muchos caleños se mueren por falta de camillas?
En emisión reciente, la periodista Lorena León, del noticiero 90 Minutos, sacó a la luz el descontento del personal de la sala de operaciones del HUV, pues mientras en la ciudad se van equipando tarimas, vallas y demás ,en el hospital no se tienen los insumos que permitan el desarrollo correcto de una cirugía. Como si fuera poco, a muchos médicos se les adeuda entre cuatro y cinco meses de salario.
El sindicato tiene la razón cuando demanda más coherencia social por parte de las autoridades regionales y departamentales.
En este orden de ideas, resulta inconcebible que la feria se lleve a buen término.
No obstante, y en aras de atenuar el oscuro caso, se hace conveniente mirar otras aristas.
Por una lado, la feria es importante, no solo porque representa al acervo cultural de muchos caleños, sino debido a que esta es generadora de más de 40 000 empleos formales, y una cantidad inestimable de informales.
La economía de Cali aumenta sus guarismos en los días de feria. Las cifras de venta de licor, cigarrillos y otros productos legales (e ilegales, por supuesto) suben de manera notable.
Por otra parte, con la feria se incentiva el turismo de la ciudad. Por esos días el sector hotelero tiene un considerable aumento en sus servicios; las familias también se alistan para el reencuentro. La feria, sin duda, une a los caleños y los visitantes de Cali.
Luz Adriana Latorre, gerente de Corfecali, ha sido enfática en ello. La feria es un evento que va mucho más allá de la expresión artística de la ciudad, es un escenario que le ofrece a la economía un buen plato.
Teniendo en cuenta lo anterior, es poco probable que la festividad se deje de celebrar, pero ello estriba no solo a las razones anteriormente expuestas, sino al pensamiento estrecho (por lo fatuo y emotivo) con el que pensamos la mayoría de los caleños.
En diversos casos, el sistema con que se concibe la complacencia individual está a expensas del bienestar colectivo, lo cual conduce a que nuestros gustos se efectúen sin importar si con ellos se perjudica a otros.
Personalmente, y perdón por meter la cucharada a lo último, la feria no es de mi gusto. Considero que con esta solo se abre paso a ese proyecto hegemónico del que se habló más atrás: rumba, salsa, licor, y pare de contar.
Pero, como dice el adagio, entre gustos no hay disgustos, luego el que quiera celebrar que celebre.
El llamado entonces es a privilegiar la solidaridad, a procurar entrever que mientras se disfruta al tenor del licor y la música en una parte de esta ciudad personas fallecen por falta de un tratamiento correcto.
La decisión de si se celebra la feria no debería circunscribirse al “análisis” de nuestras autoridades municipales, sino al proceder de los caleños. En asistir o no a los eventos está el meollo del asunto.