Recuerdo que, una vez culminé el colegio, una de mis principales discrepancias en familia se derivaba del hecho de no querer ingresar a un claustro universitario. Me agobiaba pensar que debía someterme arduamente a cinco años de estudio para formarme vagamente bajo la idea de poder ser alguien importante en la vida y gozar de esos privilegios con los que la mayor parte de los ciudadanos sueña; sobre todo los que no hemos crecido entre el gozo de la opulencia.
Qué injusto me resulta pensar que fui uno de los tantos borregos que accedió a tan semejante imaginario de soñar con esos impolutos puestos con sueldos millonarios a los que solo accede una clase privilegiada de personas por la influencia de su ilustre familia o, para ser más concisos, gracias al nepotismo y clientelismo; sutiles palabras para describir semejante situación tan desigual, donde la capacidad intelectual y el conocimiento previo hacia determinadas disciplinas pareciera no ser una prioridad al momento de ocupar empleos burocráticos.
Indiscutiblemente, creo que pasar cinco años en un claustro educativo no es más que un despilfarro de tiempo lo suficientemente valioso el cual puede ser dedicado a labores más imprescindibles, las cuales sí pueden encaminarnos hacia posicionamiento de la cúspide del éxito. No es para nada sensato que dichas empresas privadas donde se imparte la universalidad del conocimiento bajo diversos lemas estúpidos impregnen mentes inocentes con ideas arraigadas a dogmas políticos y religiosos en su afán por disuadir a los bisoños de gozar con excelentes estilos de vida que al fin y al cabo en la realidad cotidiana son la vil representación del significado adverso de la utopía.
Indudablemente, la educación del futuro es el aprendizaje autodidacta y claro está que los claustros universitarios, aparte de ser un lucrativo negocio dominado por determinadas familias, están avanzando de forma progresiva hacia una decadencia hasta volverse desusadas. Los requerimientos exigidos por las empresas en el ámbito profesional solo abarcan una pequeña parte de lo aprendido durante los cinco años de estudio. La información sobrante, más conocida como materias de relleno, nunca llega a convertirse en conocimiento pleno debido a que es un aprendizaje a corto plazo.
Por eso, pensar en ingresar a la universidad como única alternativa para poder ser conspicuo ante la sociedad es una prueba lo suficientemente sensata para darnos cuenta del exceso de ignorancia que está padeciendo la sociedad en su totalidad. Entre la infinidad de lemas existentes por parte de las universidades he llegado a la vaga conclusión de que no es algo más que una simple estrategia de marketing empleada para atraer clientes, tal cual como lo hacen las grandes industrias de la moda para no desaparecer de un mercado cada vez más imperfecto y colosal.
Una vez culminado mis estudios universitarios, me di cuenta de que no fui tan ignorante como mi familia llegó a pensarlo en aquel tiempo. El destino de los jóvenes profesionales con un talento promisorio en Colombia pareciera no importarle a nadie y más cuando no se proviene de la crema y nata. Cinco malditos años donde la mayor parte de cosas que aprendí fueron de libros y educación autodidacta; libros que yo mismo me enardecía por querer leerlos, porque ni la lectura promovían los docentes. Cinco malditos años que mejor hubiera dedicado a ser una persona emprendedora y preocuparme por generar empleo y mejorarle la condición de vida a miles de ciudadanos. Los únicos recuerdos que tengo de la universidad son las incesantes preocupaciones que padecían mis padres para buscar el dinero de pagar el semestre y el individualismo de mis pretenciosos compañeros... y respecto a la enseñanza hay exceso de cosas que recuerdo, pero sobre todo no ser un imbécil megalómano.
Finalmente, añoro que algún día tener que inscribirse a una universidad y malgastar cinco valiosos años solo por obtener un cartón que certifique nuestro compromiso por determinada carrera para posicionarnos entre lo más alto de la jerarquización social no sea visto como una necesidad del progresismo. Educarnos en una universidad nos da más probabilidades de encaminarnos a la condena de una vida miserable y pordiosera. Sin embargo, el emprendimiento es la solución más viable para conllevarnos al gozo de un estilo de vida favorable. Ese es el futuro más esperanzador que tiene la mayor parte de jóvenes promisorios en Colombia. Recuerden que la meritocracia ya está disipada y ya saben cuáles son los resultados cuando desde familia se carecen de buenas relaciones públicas.