Las Farc deberían hacer lo posible por disimular que acaban de salir de la selva. Las guerrillas han tenido famas de cool, de proscritos rebeldes condenados a la juventud eterna. Todas las guerrillas despiertan simpatía menos las Farc. Nada que hacer, los mejores ya se fueron: Marulanda era un viejo zorro, Mono Jojoy el bacán, Cano el intelectual disciplinado, Trinidad un hombre justo. Con todos ellos fuera de combate no le quedó de otra al Secretariado que seguir la línea de mando y el que seguía era Timoleón Jiménez, el comandante más anacrónico del ramillete fariano.
Timochenko ni siquiera es capaz de distinguir a sus verdaderos enemigos. Hace unos meses dijo, como corresponde a un hombre del Politburó, que Las 2 Orillas era un instrumento diabólico al servicio de la oligarquía. Si existe un medio que se ha preocupado por humanizar a los guerrilleros es este, pero al Comandante lo único que lo hace sentir seguro es el panfleto barato, la propaganda fácil y obvia. A Timochenko le molestó que hayamos dicho en una columna de opinión la verdad: Las Farc son una guerrilla vencida, aniquilada, que, al principio de la negociación en La Habana, ciegos de ego, se atrevían a pedir la codirección del Banco de la República y dos ministerios y ahora se tienen que conformar con tres curules en el Congreso.
Aunque ellos crean que “huestes enteras los apoyan” la verdad es que por acá nadie los quiere aunque digan que en el Cauca, el Caquetá profundo y en el Catatumbo construyeron un tejido social y que además sea cierto, nadie les perdonará el cinismo que han exhibido radicales como Santrich e Iván Márquez. El primero cometió la ligereza de burlarse delante de una cámara de las víctimas con su tristemente célebre Quizás, quizás, quizás. El segundo, que pregona a los cuatro vientos su purismo comunista, posó hace unos años en Fuerte Tiuna subido en una Harley Davidson como cualquier Hell angels barato.
En la UIS admiré la constancia del Cura Pérez, la sabiduría de Marulanda, la alegría de Bateman y Pizarro. Creí que los guerrilleros eran sensibles y poéticos hasta que escuché a Romaña y a Carlos Antonio Lozada. Los que dominan este país son tan sanguinarios que convirtieron a las Farc en una guerrilla narco y, sobre todo, burda. No les quedó otra opción para sobrevivir al exterminio al que los había condenado una clase política insaciable y monstruosa. Las causas justas en las Farc hace rato agonizaron. Y sin embargo ellos creen que triunfaron, y sin embargo ellos creen que les debemos hacer bustos en las plazas públicas. También aspiran a la misma gloria de los poderosos que tanto desprecian.
Ellos son el pasto en el que se alimentan las vacas uribistas. Nada más fácil que desacreditar a la izquierda con una guerrilla que tiene como comandante a un hombre de discurso tan precario como el de Iván Márquez. Nada más fácil que desacreditar a una izquierda tan sosa que tiene como máximo representante a Iván Cepeda. Uribe no tendría la fuerza que mueve al país si no se hubiera nutrido de todos los errores de esta izquierda caduca, aburrida, prejuiciosa, alejada de las vanguardias y, sobre todo, inculta.
Hoy seguramente va a empezar un país mejor, un país en donde las Farc serán exterminadas no en el campo de batalla como soñaban los paracos de siempre, sino en las urnas, donde la mayoría siempre demuestra que nunca tiene la razón.