Y de seguro es un lugar “sagrado”, porque para muchos, aquel monumento que hace parte integrante de la tumba donde reposan los restos de uno de los pensadores más formidables que engendró el largo siglo XIX es una obra que debe ser conservada y preservada a lo largo del tiempo, tanto por su valor histórico como por los fuertes significados que aún se construyen alrededor de la memoria y los vestigios de Marx.
Sin embargo, lo que le sucedió a la tumba de Marx no es nuevo ni exclusivo. En octubre del año pasado un artista logró burlar los dispositivos de seguridad para llegar hasta la tumba del dictador español Francisco Franco, en el Valle de los Caídos, para “profanar” su tumba con una pintada. En otra parte, hace poco, en la ciudad de Los Ángeles, fue retirada la estatua de Cristóbal Colón y suprimido de las festividades el Día de Colón. De seguro, en un futuro próximo, siempre habrá quien tenga razones para “profanar” las tumbas y monumentos en memoria de personajes como Santos, Uribe o Timochenko, si es que los hay.
Pero, en el fondo de estos actos de “profanación”, cualquiera que estos sean, se esconde una disputa por el relato, por la afirmación de una narrativa. Es cierto que los significados cambian por el tiempo por distintas razones, pero cambian también, porque hacen parte de disputas muy fuertes por el significado político de los hechos; disputas que se insertan, a su vez, en conflictos ideológicos, culturales, intelectuales, etc., y que en últimas explican el orden y el cambio político. Basta con revisar la historia para recordar la disputa librada en la iconoclasia y las representaciones durante el siglo XIX francés, entre el nuevo cuerpo político de una república naciente y el del Antiguo Régimen: la libertad, en La Libertad guiando al pueblo de Delacroix (1830), representada por aquella mujer que con el pecho descubierto se levanta con ímpetu sobre las barricadas revolucionarias ondeando la bandera francesa; o El Gargantúa de Daumier (1834), representando el cuerpo político del Antiguo Régimen por la imagen de un rey (Luis Felipe I) sentado, gordo y ocioso, alimentado constantemente por un ejército de criados. En consecuencia, los monumentos y las representaciones no escapan de las batallas políticas más agudas.
Volviendo a Marx, la intención del ataque al monumento de su tumba es claramente la expresión de una disputa ideológica por el significado político e histórico de su memoria y de su obra. Sobre quienes celebran el acto, se afirma entonces el significado de un Marx genocida y asesino como una verdad incontrovertible, desvirtuando y rechazando de plano sus ideas y contribuciones. Por fortuna, aquella disputa no es nueva ni ha terminado. Se trata de una disputa que comenzó hace mucho y que aquel joven Marx que decidió emprender una crítica despiadada a todo lo existente, asumió con agrado durante toda su vida pues nunca claudicó ante sus adversarios.
