Los estudiantes, maestros y toda la comunidad educativa en general pretendemos enseñar valores que exalten al individuo como ser social y fructifique en el contexto aportando familiaridad, altruismo, entre otros valores casi extintos, sí, mencionarlo sin miedo, pero ¿acaso a la sociedad consumista en la que nos encontramos le interesa este tipo de formación o simplemente que nos hallamos con una enorme dualidad? Instituimos científicos con argumentos matemáticos, dialécticos y tal vez hasta filosóficos, pero la brecha que separa la brillantez del criterio personal y moral con la desfachatez de consideraciones económicas por encima de las humanísticas es muy corta casi invisible.
Pero bien, focalicémonos en lo nuestro, el contexto nacional y no permeemos en lo global, ese silogismo es complicado de explicar “…en tiempos donde nadie escucha a nadie, en tiempos donde todos contra todos…” como diría el cantautor argentino Fito Páez, la educación es una pequeña tira que debería entrelazarnos a todos como el más fino tejido de macramé, en donde el conocer nuestra basta y extensa historia nos impida cometer los mismos errores del pasado, pero no es así; seguimos empecinados en realizarlos de manera casi exuberante rindiendo culto al odio, el rencor o peor aún la desidia.
El estar encerrados bajo llave en una sociedad costumbristas impide muchas veces que pensemos solidariamente, nos adiestramos al conflicto como el más fino pura sangre y ni siquiera nos preparamos para la paz, sentarnos a dirimir diferencias personales, ideológicas, religiosas o conceptuales como gusten llamarlas, jamás fue tan difícil, simplemente el conocer a medias una historia mal contada por más de cincuenta años nos parcializó, o porque no decirlo nos doblegó a sus anchas.
Por siglos empezando por los inicios de la historia reciente, la educación era vista como aquella chispa incandescente que podría llegar a incendiar la pradera, por eso el acto de leer y escribir era para unos pocos, claro, esos eran la clase dominante económica; sin ir más lejos, hace unos pocos días una de las madres de la patria desestimó un acto que se produjo entre el 5 y el 6 de diciembre de 1928 en el municipio de Ciénaga, Magdalena cerca de Santa Marta, por el solo hecho de haber sido mencionado por García Márquez en el libro que nos enseñó a volar, pero si ella no sabe historia … es nuestro deber enseñársela así no quiera o nos mande a “estudiar por vagos”.
Si supiéramos historia, hace tiempo la paz se habría firmado, el Quimbo ni siquiera se hubiese proyectado, el mercurio estuviera prohibido, la forma de realizar política estaría radicada; pero aunque no lo crean a tiempo estamos de afianzar valores sociales que reivindiquen los laborales, exalten los académicos y acaben con todo aquellos que hieren al corazón, solo hay que hacer algo: aprender la historia e impedir que otros nos la cuenten, ya que debido a ello la mayor parte de las historias nacionales pertenecen a la magna y selecta colección de cuentos mal contados.