Hace unos meses se estrenó en Colombia, con muy poco éxito, Babylon, una película que recrea los inicios y la era gloriosa de Hollywood, los cines como si fueran palacios. El cinematógrafo fue inventado por los hermanos Lumiere y la primera película fue exhibida en París, en el Boulevard de los Capuchinos. A Colombia entró por Colón en el año 1902. En ese momento Panamá todavía formaba parte de este país. El primer gran teatro de cine de la capital fue el Olimpia, que tenía una capacidad para cinco mil personas. Fue inaugurado en 1914, la misma fecha en la que se hizo el Drama de octubre, la primera película hecha en este país. Desde entonces se desató una fiebre por el séptimo arte. Los jóvenes amantes, las familias enteras, iban a pasar todo un día en una sala de cine. Las familias de plata invertían todo lo que podían para montar sus propios teatros. Con el arribo de la televisión, luego del betamax, el VHS y ahora las plataformas acabaron el negocio. El 2022 apenas 36 millones de personas pagaron boleta por entrar a una sala de cine.
En los años 70 dos familias, los Ruiz García y los Betrán García se unieron para comprar la sala de cine Esmeralda. Así que en la carrera séptima con 24, frente a la Terraza Pasteur, existe el último teatro que pertenece a una familia en la ciudad. Antes fue un templo de cine mexicano, Pedro Infante, Cantinflas, Dolores del Rio, fueron reemplazados desde los años ochenta por Rocco Sigfredi, Jenna Jameson, Kendra Lust, y demás divas del porno.
El edificio tiene dos plantas, abajo entran solo hombres y arriban entran parejas. Es rotativo, es decir la primera función empieza a la 10 de la mañana y termina a las siete de la noche. La edad del publica promedia los 50 años.
Así que, este templo de desempleados, de onanistas crónicos, es el último vestigio de una era que ya no volverá