La razón por la que nadie se escandalizó cuando muchos hablaron de "Día de la Raza"

La razón por la que nadie se escandalizó cuando muchos hablaron de "Día de la Raza"

Muchos parroquianos, incluso de la vida pública, siguen empecinados llamando al de octubre Día de la Raza. Esto debió ser objeto de críticas, pero pasó de agache

Por: Juan Guillermo Gómez García
octubre 18, 2022
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La razón por la que nadie se escandalizó cuando muchos hablaron de

La inaudita denominación que algunos siguen dándole al 12 de octubre como día de la raza constituye un rezago cultural inadmisible; un rezago racista, anticonstitucional y sencillamente repudiable. Es preciso cambiar la grotesca denominación día de la raza, que hiede a franquismo. Es un anacronismo inaceptable que alude a la raza hispánica, cómo si esta no fuera ya un disparate histórico.

El hecho bochornoso, en medio de la marcha contra el gobierno del pasado 26 de septiembre, de la señora Luz Fabiola Rubiano de Fonseca vociferando contra la Vicepresidenta Francia Márquez y en general contra la población afrodescendiente, incriminada como raza simiesca y maligna, solo expresa la violencia racial y sobre todo la ignorancia campante que caracteriza a una buena parte de nuestra población.

Es ese odio racial/cultural lo que encierra el nominativo día de la raza.

La vociferación infamante de esta dama energúmena, que se hizo viral, la escuchamos en otros moldes, casi a diario. La hemos escuchado en las voces (solo un tantito más simuladas) de Vicky Dávila, Paloma Valencia, María Fernanda Cabal y en muchas otras figuras públicas, y hace parte del excelso repertorio de las entretenidísimas secciones de “humor” de los programas vespertinos de Blu Radio o La Luciérnaga. Así que la misia Rubiano de Fonseca, incriminada hoy por la Fiscalía (como pantalla, veremos), no está sola, tiene sus seguidores, imitadores y miles de parlantes de mil vatios de pico.

Todo este disparate colectivo no carece de explicación: se explica por la llana ignorancia del más elemental problema histórico cultural que encubre estas agresiones, más o menos consentidas y aplaudidas por millones. No de otra manera se siguen reproduciendo, sin responsabilidad. No escuché este 12 de octubre en los medios de prensa una sola protesta contra la nominación celebratoria, ni tampoco una expresión razonada contra ella: ni por políticos, académicos, iglesias u ONG.

Pero el asunto debería ser de dominio general, como un sustrato de los imponderables de la vida de la nación. Si no ¿para qué tenemos un Ministerio de Educación y otro de Cultura? Raza ni raza hispánica existen. Franz Boas demostró en Cuestiones fundamentales de la antropología cultural (1922) que no hay razas sino representaciones ideologizadas de razas. Lo que llamamos raza es un prejuicio, una presuposición que carece de piso. No se puede saber dónde empieza una raza y dónde ésta acaba.

No hay dato biológico que dé razón de una diferencia sustancial de una raza a otra de tamaño o peso corporal, masa cerebral o forma craneana. Nada más equívoco que los innumerables matices cromáticos de la piel.

El incomparable libro El engaño de las razas (1945) del cubano Fernando Ortiz es el examen concluyente y valiente de esta falsa denominación. Sus libros desde Los negros brujos: El hampa afro-cubana hasta Contrapunteo cubano de tabaco y el azúcar es una herencia patrimonial que podemos aprovechar, jovial y científicamente, en toda campaña y tarea imperativas para librarnos de los prejuicios y necedades tan generalizadas, que nos generan tanta violencia, tanto trauma colectivo. Violencia y trauma físicos, políticos, epistémicos. Raza per se no existe, existen culturas. Aprovechemos las lecciones de estos maestros.

La intelectualidad de España también había logrado desentrañar la crasa tontería llama raza hispánica (es cosa solo de los franquistas como Laureano Gómez). Desde el libro de Américo Castro España en su historia (1948) se comprende la Península como un entramado de cristianos, moros y judíos, debate histórico-cultural que continúa Claudio Sánchez Albornoz una década después al exponer en su España como enigma, una nación multicultural y multiétnica, lejos de la identidad dogmática predicada por el Generalísimo.

Recordemos que el racismo biologicista fue la reacción de los esclavistas norteamericanos del sur ante los clamores de los abolicionistas, como corolario de la Declaración de los Derechos del Hombre y ciudadano (1789). La reacción anti-ilustrada se intensificó con el libro sobre La desigualdad de las razas de Gobineau (1864), que creó una corriente que alentó el músico Richard Wagner y que luego dio ocasión a la biblia irracionalista del nazismo, El mito del siglo XX de Alfred Rosenberg. Las Leyes de Nuremberg de 1935 fue el hito culmen de elevar la raza aria al fundamento de la nación alemana.

La destrucción de la razón identificó, en efecto, el auge de la industrialización y el triunfo de las ciencias naturales de los países del norte de Europa con la superioridad racial. No bastó como prueba de unidad del género humano la determinaron los tipos de sangre como universales invariables. En los Estados Unidos los supremacistas arios hacían separar el plasma de los blancos de los afros. Una burla a la razón. Como es una burla a la razón seguir hablando del 12 de Octubre como día de la rsmantelaron prejuicios raciales insostenibles.

También entre nosotros el brasileño Gilberto Freyre, o el cubano ya citado Fernando Ortiz, o la gran santandereana Virginia Gutiérrez de Pineda (la insigne mujer del billete de diez mil) nos ofrecen obras maestras de estos postulados civilizatorios que Luz Fabiola Rubiano podría leer tras las rejas (así se le rebajaría la pena como sanción propia).

Así que tenemos una tradición muy propia y extraordinaria para leer y aprender: para rechazar el infamante nominativo de día de la raza y tratar de comprender el proceso traumático de la conquista ibérica y sus traumáticas consecuencias inevitables para Latinoamérica: la larga dependencia colonial. La larga dependencia colonial (en la forma atroz de franquismo revivido) que nos agobia aun en pleno siglo XXI.

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