Antes de que pasara el horror estaban las fiestas descontroladas que hacía Rafael en su apartamento 603 del edificio Equus 66 ubicado en el exclusivo Barrio Rosales. Los vecinos pasaban todo el fin de semana sin dormir. Cuando le pedían al arquitecto bajar el volumen o dar por terminado sus rumbas, muchas veces abría la puerta vestido de mujer y con un olor fétido a alcohol que lo enrarecía todo. Una vez intentó golpear a un anciano que le hizo un reclamo. Después del escándalo, ocurrido en el 2014, su papá, quien era el dueño del edificio, le recomendó mudarse a otro apartamento en Rosales. Dos años estuvo por fuera del Equus 66 hasta que regresó y ocurrió el crimen de Yuliana Samboní.
Cuatro años después la familia ha intentado infructuosamente arrendar o vender el apartamento. No lo ha podido hacer. Nadie quiere vivir entre los fantasmas de la tragedia. Allí ocurrió el crimen más recordado del país, el más mediático. Un hombre de 35 años violaba ý asesinaba a una niña de siete. Cuando se confirmó la identidad del asesino, los medios invadieron el edificio durante semanas y hasta un dron lo sobrevoló.
Tras el asesinato de la pequeña, el apartamento 603 se puso a la venta pero fue en vano. Eran más los curiosos que llamaban para observar con morbo la escena del crimen que los verdaderos interesados en comprarlo. El edificio, desde el 2017, borró su nombre de la entrada intentando eliminar así el oscuro capítulo. Se especuló que fue la familia Uribe Noguera que dio la orden pero fue un supuesto.
El Equus 66 nunca tuvo la misma demanda que solía tener antes de ese fatídico 4 de diciembre del 2016. Nada a servido. Nadie ha querido ocuparlo. Su historia lo condena.
Le podría interesar:
30 gallinas fue lo que le dieron a los Samboni por la muerte de Yuliana