¿Por qué nadie me avisó?

¿Por qué nadie me avisó?

Aunque nadie imaginó terminar en una situación así, no quedó más remedio que enfrentarla. Crónica en tiempos de pandemia

Por: Nathalia Buitrago
octubre 21, 2020
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¿Por qué nadie me avisó?
Fotos: Leonel Cordero

En algún viernes de marzo, no recuerdo muy bien la fecha, le dije a mis compañeras al salir de clase, a eso de las diez de la noche, “vamos a tomarnos algo, estoy cansada”. Ellas aceptaron y diez minutos después ya estábamos compartiendo una cerveza con música, salsa, de fondo. Nadie nos avisó, nunca lo presentimos, pero esa sería la última cerveza que podíamos compartir antes de que llegara un virus alarmante y nos encerrara a todos en nuestras casas. ¿Por qué nadie me avisó que esa sería la última vez en que iba a poder reírme con mis amigas? Qué sentimentalismo pensar en aquellos días.

Días después, los noticieros se empezaron a llenar de noticias desagradables por el COVID-19: Simulacro preventivo en Bogotá desde el 20 hasta el 23 de marzo. Todos éramos ilusos y pensamos que todo estaría “bien” y que ese virus “por aquí no iba a llegar”. Pero no fue así, no dejaron terminar el simulacro cuando ese sonido de última hora de los noticieros se hizo sentir casi que de manera uniforme en todas las casas de país: “Presidente de Colombia declara cuarentena estricta” y desde el 24 de marzo nada volvió a ser como antes.

Los días se llenaron de incertidumbre, muchos estaban confusos y no sabían que hacer, los días en  abril se hacían cada vez más eternos y ahora la calle y la ciudad se veían como algo tenebroso. Nos sentíamos como los protagonistas de la portada de The Walking Dead, todo estaba desolado y los zombies fueron cambiados por un virus invisible que estaba acabando con la vida de las personas. Ahora, ya no contábamos días, sino semanas. Las primeras estuvieron llenas de incertidumbre, después nos dio ansiedad y nos dieron ganas de aprender a hacer mil cosas en un solo día, muchos no pudimos con ese trote y nos delimitamos a sobrevivir, algo tan sencillo empezaba a costar más de lo que llegamos a imaginar. Bueno, realmente nadie imaginó estar en medio de una pandemia.

A mediados de mayo empezamos a extrañar. Buscamos mil maneras de encontrarnos con nuestros familiares pero ninguna era segura. La mejor opción: videollamadas. Optamos por reunirnos virtualmente cada quince días a través de Zoom o Meet, esas plataformas que se volvieron nuestras mejores amigas y que ahora hacen parte de nuestra cotidianidad. Llegó junio y ya todos éramos expertos en la virtualidad, muchos la odiaban, muchos otros la adoptaron con cariño, ¿o resignación?

En julio, la cuestión fue de hacer apuestas, ¿cuánto tiempo falta para que se levante la cuarentena estricta y Duque deje de aplazar la cuarentena cada martes?, ¿un mes?, ¿una semana? La espera en medio de la pandemia es casi que eterna. En agosto vimos una luz: “Se levanta la cuarentena obligatoria y empieza el aislamiento selectivo”. Todos sabíamos que no era la mejor estrategia pero necesitábamos un respiro. Ya podíamos salir, pero ahora el miedo pandémico nos acompaña. Muchos le llamaron a esta luz “la nueva normalidad”, a mí, personalmente, me asusta pensar que así nos vamos a quedar; pero inconscientemente nos empezamos a acostumbrar a tener que adivinar el gesto de la persona, a saludar de codo y evitar los abrazos.

En fin, el 2020 fue el año en que aprendí a compartir vino, café y tinto teniendo miles de kilómetros de por medio. Aprendí a hacer entrevistas por videollamada. Debo confesar que al principio cuesta, pero a estas alturas de la cuarentena todo es posible. Ahora, después de siete meses, siendo 10 de octubre, muchos le tenemos miedo a las calles. Nadie sabe dónde está el virus pero lo sentimos cerca. Ahora, el labial dentro de la cartera fue reemplazado por alcohol y gel antibacterial. Si en algún momento volvemos a la totalidad presencialidad, me gustaría pensar que voy a poder seguir utilizando la virtualidad para poder comunicarme, para entrevistar y para compartir.

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