26 guerrilleros de las Farc fueron masacrados por las bombas del Ejército Nacional. El presidente y los enemigos de la paz, que son casi el setenta por ciento de los colombianos, celebran alborozados. Las siloconudas amas de casa, bendecidas y afortunadas, abren las ventanas de sus casas para que entren en ella los vientos de guerra que ya se habían amainado. El dueño de un pub en la 93 le plantea a sus amigos, harlistas seguidores de los Hells Angels, una caravana para celebrar la aplastante victoria, mientras doce integrantes de una familia que comparten 35 metros cuadrados en un apartamento al sur de Bogotá, destapa una botella de Cariñoso porque la posibilidad de una salida negociada al conflicto que les permitiría vivir en un espacio más holgado, que les daría el derecho a una mejor educación y salud gratis, se ha cerrado tal vez para siempre. Colombia entera celebra lo que hasta el momento deja el partido: setenta y cinco guerrilleros han sido abatidos en el último mes, mientras los héroes de la patria apenas reportan once bajas. Los colombianos de bien estamos ganando por goleada.
En el Facebook esta mañana, los mismos que hace un mes posteaban memes con frases tan ridículas como “Brigada número once, nunca te olvidaremos” hoy se han callado. No puede ser que seamos tan asesinos que diferenciemos una vida de la otra, que queramos lavar nuestras sucias conciencias de católicos impenitentes al señalar a los muertos como bandidos o ratas humanas. No me cabe en la cabeza que estemos felices vengando la pierna de un soldado y la vida de una niña que cayeron en la trampa de una mina que al fin y al cabo nadie sabe quién la puso; esta guerra es tan vieja que los que cavaron esos suelos hace rato que están muertos.
Se espera el momento de quiebre y en nuestra ciclotimia el poder pasará a un guerrero porque nos volvimos a dar cuenta que la paz conformista que queremos no se puede dar en tres años, gracias a la integridad de algunos de los guerrilleros que están en La Habana quienes luchan a brazo partido por los intereses de cientos de miles de campesinos que han sido arrinconados a punta de masacres, usurpación de tierra y glifosato.
La guerra está como para alquilar balcón. Desde la cama y mirando al plasma de 76 pulgadas tenemos una vista perfecta para ver como las bombas caen, como salpican pedacitos de carne de colombianos jóvenes, como nos matamos los unos con los otros sin una causa, sin un ideal, sin una razón.
Señores, esos muchachos que cayeron hoy no eran ningunos monstruos, eran jóvenes que tenían sueños como los pueden tener sus hijos, con la única diferencia que nacieron en un lugar donde la única opción que tuvieron fue o hacerse guerrillos o convertirse en soldados.
Que fácil y qué criminal es celebrar las muertes ajenas.