Es frecuente y ya casi cotidiano que en cualquier parte del mundo grupos de ciudadanos significativos se levanten contra cualquier tipo de injusticia. Recientemente hemos visto masivas protestas en los Estados Unidos contra el maltrato policial hacia la comunidad afroamericana; manifestaciones en Bielorrusia contra el poder omnímodo del “último dictador de Europa Oriental”, como llama Occidente a Lukashenko; y movilizaciones en Hong Kong contra la tiranía China. En otras partes del mundo pasa lo mismo: marchas contra la injusticia del poder. Incluso, en la Cuba de los Castro.
En todos los casos anteriores hay un denominador común: protestas contra la opresión y represión. Y en casi todas quienes se manifiestan son esencialmente jóvenes. ¿Pero qué pasa en Colombia, país donde a diario ocurren asesinatos de líderes sociales, campesinos, indígenas y estudiantes, y además la corrupción campea en todas las instancias del Estado (que hoy, como en ningún otro momento de nuestra historia, está cooptado por el sector fascista del corrupto bloque de poder en cabeza del uribismo para que no pase nada)?
Es tal la apatía y el desprecio del colombiano por la protesta justificada hacia el asesinato de líderes sociales y la cruda corrupción que somos casi el único país del mundo que votó negativamente a un referéndum a fin de construir una sociedad en paz. Pero, más aún, es tal la bajeza intelectual promedio del colombiano de a pie que aún cree que somos mejor que Venezuela, que nos iban a quitar parte de la pensión que apenas tienen unos pocos para dárselas a las guerrillas, que Dios existe y está con nosotros, que quienes se oponen son el diablo, o que un supuesto gobierno contrario a los tradicionales nos quitará la vivienda, el negocio o el taxi prestado.
Son varias las hipótesis que algunos analistas y estudiosos del tema colombiano han esbozado a los largo de estos últimos años, las cuales van desde ser una sociedad formada en valores conservadores eclesiásticos con temor a Dios, pasando por el conformismo, rebusque diario, la represión y la falta de un liderazgo político capaz de aglutinar el descontento hacia una masiva protesta. Aquí analizamos dos puntos de ellas:
Dice Diógenes Armando Pino Ávila:
Algo de culpa encuentro en la formación, la que los padres dan en casa y la que el maestro da en la escuela. (…) en casa, los padres exigen a sus hijos sumisión y mansedumbre.
(…)
Ese niño sale del hogar marcado de sumisión, castrado de rebeldía y llega a la escuela donde consigue un docente que sigue la misma línea de restricciones de libertades donde no le permiten al niño manifestarse libremente, donde le uniforman el cuerpo y se pretende uniformar el pensamiento.
Así mismo, Omar Rincón, crítico de medios de comunicación y semiólogo, afirma:
Las marcas de la “colombianidad” son una identidad débil, una baja autoestima, un orgullo vacío y una dignidad vacua.
(...)
Esta baja autoestima nos lleva a enarbolar como orgullo a una selección de fútbol, a una reina de belleza, a un ciclista, a una cantante, a un chiste.
En otras palabras, el colombiano prefiere lo efímero a lo real.
Quiérase o no, el colombiano ha sido educado a lo largo de siglos por la biblia y la cruz que trajeron los españoles, símbolos con los cuales se perdió el mágico cosmos de nuestra cultura indígena. Por eso somos temerosos y miedosos hacia el poder, razón por la cual cuando el poderoso infunde miedo con la violencia a fin de que nos acobardemos y callemos lo logra. Esto lleva a que asumamos que lo que no es contra nosotros, no nos debe importar.
Es ahí cuando miramos hacia otro lado ante el asesinato de líderes sociales, y para nada recordamos que somos el único país del mundo donde un partido político, la Unión Patriótica, fue exterminada desde el Estado; aniquilamiento que ha marcado décadas de masacres que aún continúan y que hoy llegan a las ciudades mediante la represión policial contra las protestas urbanas.
Así pues, la biblia y la cruz siguen vigentes a través de la educación que millares de jóvenes reciben en los colegios privados, así como también en el currículo oculto de la pésima educación pública que imparten algunos mediocres docentes. Se recibe por medio de instrucciones de no tocar, no preguntar y no reflexionar. Sin embargo, lo que más sobresale de esto es la mediocridad pedagógica mercantilizada o de meros reclamos salariales, que se traduce en irreflexión hacia el poder. De ahí en adelante lo que se reproduce es un pésimo profesional, si es que ese estudiante de secundaria alcanza la universidad, y luego, si algo sale, no es otra cosa que el físico rebusque.
El rebusque, acción laboral de un país sin empleo, producto de una economía que vive del narcotráfico, el robo al erario público y la escasa producción de pan coger en el campo y una industria liviana de escasa calidad, es el refugio del colombiano sin empleo, sin recursos para un negocio, sin porvenir de profesionalidad. Lo que conlleva a que ese colombiano se individualice en su diario vivir por conseguir algo para llevar a su casa, dislocándolo de cualquier actividad democrática, y por supuesto, se desinteresa ante la protesta social, la que ve como un obstáculo para sus supuestas “marañas laborales”.
En el caso del profesional medio y medio alto, al rebusque se le suma el endeudamiento personal y familiar a fin de obtener un estatus social, lo que implica que el acoso personal sea permanente consigo mismo, por lo que la protesta social le resulta incómoda en sus aspiraciones pequeño burguesas, inclinándose por lo dictatorial. Además, en su creencia de acenso social llega a creer que el sistema le acompaña y por eso “no quiere que Colombia se vuelva Venezuela”. No se da cuenta que el régimen le golpea a diario con impuestos para sostener a los banqueros, y en especial, que nunca le acompaña en sus supuestos “emprendimientos”.
Todo lo anterior se complementa con unos medios de comunicación que a diario aparte de futbol y farándula lo envuelven con falsa información de nuestra sociedad y economía, que cuando es necesario, le sacan falsos fantasmas como volvernos otra Venezuela si triunfa algún candidato o coalición contraria al estatus hoy imperante. Y para complementar, vuelve alzarse la cruz y la biblia de falsos protestas hoy mercantilizados en cerca de diez mil iglesias pentecostales, las cuales nos hablan de no al aborto y sí a la familia, y alinean a sus seguidores con los dictadores afines a la sangre de líderes sociales.
Como complemento definitivo de toda una película bien montada está la izquierda, o aquellos que se dicen demócratas, verdes, progresistas, tibios u otras denominaciones, quienes en sus alter egos egoístas nunca han comprendido la magia que ejerce el poder sobre el colombiano de a pie, el del rebusque permanente, e incluso que, como en el caso de las guerrillas tipo Farc y ELN, han asesinado al pueblo que dicen defender. La misma alternatividad le sirve al sistema para que le diga a ese colombiano rebuscador y apático, al que han convertido en egoísta e individualista, para que afirme que mejor se queda con lo que tiene, ya que más vale malo conocido que bueno por conocer.
Hoy seguimos llevando la pesada cruz y la biblia de los conquistadores españoles en medio de nuestra ignorancia apática por la justa protesta social. La minga nos abofetea con su organización de protestas contra la tiranía.