No conozco una sola persona que le caiga bien. En los años de Uribe Presidente, cuando fue ministra de Defensa, Marta Lucía irradiaba respeto. Se podía estar o no de acuerdo con ella pero tenía el criterio para escoger asesores de la altura de Sergio Jaramillo quien fue el arquitecto justamente de la Seguridad Democrática. Como vice solo tuvo un momento de sensatez, cuando regañó duramente a Ernesto Macías después de su nefasto discurso el día de la posesión de Iván Duque. De resto, ha sido una sucesión interminable de errores.
Marta Lucía Ramírez ha transformado el papel de vicepresidente en Colombia. Ya no solo es una figura decorativa, hasta graciosa como Francisco Santos, sino que se convirtió en una piedra en el zapato para Duque. El 20 de Julio, por ejemplo, cometió un error involuntario imperdonable: grabar y subir a redes ella misma -¡ELLA MISMA!- el momento en el que Iván Duque le decía a la senadora Aída Avella “la viejita esa” desatándole una nueva tormenta a un presidente ya arrinconado. Su asesor de redes renunció, no tuvo de otra. En la pandemia ha revelado todo lo que ya sabíamos de ella: clasista, con su acento bogotano de clase alta, completamente desconectada con el sufrimiento de los colombianos.
Por eso fue capaz de decir barbaridades como que los colombianos pobres deberían dejar de ser atenidos y no esperar siempre la ayuda del gobierno, como si los pobres de este país conocieran sus derechos. Los pobres de este país están moldeados por los criterios de políticos como ella. Pobres sumisos, ignorantes de sus derechos y temerosos de Dios y de sus patrones. Es una torpeza decirlo porque no hay necesidad. Decirlo es despertar el orgullo dormido de millones de desempleados que se cansaron de escuchar que ellos no tienen casa, nevera, y que no ganan más de El Mínimo, solo porque son perezosos, atenidos.
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Para no alborotar aún más las aguas, ya agitadas por el COVID y la crisis económica, Duque no ha pedido su cabeza
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Sus declaraciones no solo exasperan a los pobres sino también preocupan a los ricos. Los poderosos no necesitan a una señora absolutamente privilegiada agitando sus joyas ante el público. Una prestante dama con rabo de paja, tan enredada en líos que tuvo que retractarse de una demanda que le hizo a un periodista norteamericano por una investigación sobre las relaciones personales de su esposo. Otro ridículo que pudo pasar desapercibido. Sobre este escándalo ya nos habíamos conformado y aceptado su indignación por el artículo cuando lloró en la W Radio hace unos meses. Pero no, tenía que terminar de embarrarla demandando y después retractándose.
Para no alborotar aún más las aguas, ya agitadas por el COVID y la crisis económica, Duque no ha pedido su cabeza. No pasa un mes sin que su imagen genere revuelo: lo de su hermano, preso por haber traficado con heroína, se transformó en una tragedia familiar, después de eso, resquebrajada, no puede abrir la boca sin que genere noticia, sin que la saquen de contexto. Es tal la exasperación que resume su figura elegante a los colombianos de a pie que cada vez cala más el discurso de políticos como Gustavo Petro. Los ricos, los realmente poderosos, deberían estar preocupados y revisar la historia de Venezuela. A Chávez no lo pusieron los pobres, a Chávez lo pusieron en el poder la prepotencia y corrupción de políticos como Carlos Andrés Pérez.
Pilas, señor Sarmiento Angulo, no vaya a ser que por culpa de una desconectada como Marta Lucía se les suba un chavista verdadero.