Por redes sociales se leen cuanto insulto y oprobio se lanzan contra el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, por la crisis en la frontera la humillación y el desprecio en todos los colores, términos y talla. Pero el despectivo que más me ofende y duele es el de llamarlo, burro. No tanto por él sino por el pobre animal que aunque no sabe de política si de trabajo.
Es una injusticia que utilicemos el vocablo burro como sinónimo de ignorancia. Es una auténtica infamia y existen muchas pruebas que pueden demostrar que un burro no tiene nada de ignorante. Y que no se juntan solo para rascarse, como si lo hacen los políticos, no solo de Venezuela.
A pesar de las apariencias, los borricos, Equus asinus, son tan inteligentes como los demás équidos. Su resistencia a realizar diversas tareas puede ser interpretada más bien como un signo de independencia y terquedad que de torpeza. Al fin y al cabo, hacen frente en la naturaleza a los mismos retos que sus primos, los caballos, y la capacidad cerebral de ambos es similar en relación con su tamaño corporal, a diferencia del Presidente.
Los zoólogos que los estudian opinan de forma bien distinta y aseguran que estos solípedos poseen una conducta compleja e incluso una gran inteligencia que nada tiene que envidiar a la de los cerdos, ratas y perros.
En algunas circunstancias, sin embargo, los asnos se comportan de un modo más inteligente que los caballos: estos son propensos a sufrir ataques de pánico y echan a correr en estampida, lo que puede resultar peligroso. Los burros son más flemáticos y analizan detenidamente la situación hasta decidir la respuesta más adecuada. Además, han desarrollado una estrecha relación con los seres humanos y pueden hasta leer sus estados de ánimo en su expresión. Lo que evidencia que no son paranoicos como el presidente.
Muy sensible a los malos tratos, el burro se niega a responder a ningún estímulo que provenga de sus maltratadores, de ahí su fama de terco. Ahora bien, en un entorno favorable, su respuesta a los problemas es sorprendente. No en vano sus parientes salvajes asiáticos y del cuerno de África, con fama de indomesticables, sobreviven gracias a su astucia en regiones tan áridas que casi ningún otro mamífero logra hacerlo. No extraña que en la Antigüedad el burro fuera un animal muy valioso y que fuera requerido por sus cualidades, nobleza y austeridad alimenticia. En Grecia y Roma, el carácter del asno se usaba como ejemplo de virtud para los ciudadanos, la del presidente es utilizada para memes.
En el mundo árabe y cristiano la tradición religiosa los veneraba como montura de Mahoma y Jesucristo, y durante siglos se trazaron los caminos de montaña siguiendo los pasos del burro, pues siempre elige la pendiente más suave.
Los investigadores de la Facultad de Ciencias Veterinarias de la británica Universidad de Bristol se han empeñado en saber qué pasa por la cabeza de los burros. Y parece que es más de lo que creíamos.
Bostezar, suspirar y estirarse son solo tres los comportamientos observados en los burros que trabajan en Lahore, Pakistán, que han sido evaluados en esta curiosa investigación. Los científicos han confirmado que los burros, que tienen la reputación de ser uno de los animales más estoicos, tienen en realidad un gran repertorio conductual. Por ejemplo, las orejas hacia atrás pueden indicar dolor o malestar. En la mayoría de las culturas humanas, el rebuzno se percibe como un sonido desagradable; sin embargo, este sonido también es usado por algunas culturas como señal de alarma cuando el ganado es atacado por leones. La voz del Presidente con sus alaridos discursos es ridiculizada y nadie lo toma en serio.
El fragmento de la siguiente historia puede resumir aún más lo habilidoso que puede resultar un burro: “En cierta ocasión, un amigo mío salió con su burro al campo a realizar unas tareas. Llegó, le quitó la pesada albarda al burro y mientras él realizaba sus labores, el pollino se dedicó a pastar tranquilamente. Terminada la tarea, mi amigo cogió la pesada silla, fue a colocarla de nuevo en el lomo del burro y aquí empezó su odisea”.
“El burro, al verle llegar con la albarda, emprendió un ligero trote, se detuvo a unos veinte metros y se quedó mirando a mi amigo, que no tuvo más remedio que recorrer un buen trecho con la albarda en brazos hasta que llegó donde estaba el burrito. Pero el animalito, antes de que llegase, inició otro trote, se detuvo tranquilamente a otros veinte metros y se quedó de nuevo mirando al 'jefe'.
Y por este sistema, burro y dueño llegaron hasta el establo. El burro, trotando alegremente, y mi amigo cargado con la albarda. ¿Qué demuestra este hecho? ¿El burro es tonto o listo?
Así que cuando vaya a llamar a alguien burro, así sea al presidente Maduro, fíjese bien si lo está haciendo para ofenderlo porque, inocentemente, lo está alabando con todas las virtudes que puede tener un burro, aunque en lo feo, esa comparación, no tiene discusión.