“¿No sé por qué me la mataron?” esas palabras de Manuel Berrío, compañero sentimental de María del Pilar Hurtado, asesinada enfrente de su pequeño hijo de 9 años en Tierra Alta, Córdoba, resume exactamente el enorme problema en que está entrando el país y que si no se le pone freno, se convertirá en un huracán incontrolable que nos despedace por dentro: que se mate y mate gente y no sepamos ni porqué.
El problema no es que la señora Hurtado fuera o no lideresa social o defensora de los derechos humanos, eso es irrelevante, fue una mujer acribillada delante de su hijo en plena calle, a la luz del Sol. Una madre normal que como otras reclamaba alguna situación que consideraba mínimamente justa que permitiera tener una migaja de dignidad en su vida y la de su familia, como poseer unos metros de tierra, unos servicios públicos adecuados, salud y educación para los hijos y posibilidades de vivir y conseguir el sustento con el sudor de su frente o la de su pareja.
Su asesinato no puede llevarnos a una discusión inane entre muertes buenas o malas, de primera categoría mediática o las de simple registro. De si son defensores de derechos, líderes sociales, comunitarios o reinsertados de algún grupo al margen de la ley. A propósito, según un informe reciente publicado por el Instituto de Estudios para Desarrollo y Paz (Indepaz) de 2016 a mayo de 2019, 837 fueron los asesinatos de los cuales 702 serían líderes sociales y 135 exguerrilleros de las Farc. De esos, desde que asumió hace 10 meses en agosto de 2018 el actual Gobierno Nacional, son 236 los líderes asesinados.
Cifras nada despreciables que demuestran que algo está sucediendo de forma acelerada. Lo peor que puede pasar con números de esta índole en aumento, es que la muerte de una madre frente a su hijo en cualquier lugar de Colombia se vuelva paisaje común y volvamos a las justificaciones de “algo estaría haciendo”, “tendría su deuda o su pendiente” o “no estaban cogiendo café”.
Que se dé impunidad o muchas teorías sobre asesinatos como el de la señora Hurtado cometidos a la luz pública es la mejor herramienta de terror que se puede imprimir en una sociedad como la nuestra que ha sido metódicamente radicalizada desde el discurso político y la herramienta mediática en el último decalustro. Porque ese terror no es otra cosa que un gran promotor del miedo, que a su vez lleva a la ira y esa ira lleva al odio (venganza) generando sufrimiento, volviendo a empezar ese círculo vicioso, como lo diría el maestro Yoda.
El problema es que ese nuevo círculo vicioso sería mucho más intenso y cruel, porque estaría alimentado de nuevos sentimientos provenientes de posibles excombatientes que regresen a las armas y se sientan burlados y traicionados; “neoparamilitares” y narcos (colombianos y mexicanos) que no quieren nada distinto a que sus tierras y negocios ilegales no sean tocados y ven que sus acciones no son perseguidas ni castigadas si no cohonestadas por el establecimiento; el desespero de políticos y castas que cada día pierden más y más injerencia entre el ciudadano común, instituciones y la comunidad internacional; víctimas de todo tipo y sus familias, que sienten que no hay ni justicia ni verdad ni reparación y sí mucha repetición, sumado al descrédito de los congresistas por sus acciones y el del Gobierno por sus medidas poco sociales.
Lo único bueno de ese panorama pareciera ser que ya no existiría una Fuerza Pública y Policía tan dispuesta a tragar entero el sapo de que lo único válido es la guerra y la persecución a todo lo que no represente ciertos intereses o aplastar los reclamos justos. Es decir, ahora habría un poco más de conciencia y menos ceguera castrense frente a intereses non sanctos, vengan de donde vengan. Por eso no es gratis esa persecución, “purga” y ley del silencio que se trata de imponer en la FF. MM. hoy, de la que dan cuenta algunos medios.
Igualmente, bueno es el empoderamiento ciudadano y su actitud de republicanismo moral, que no traga entero, investiga y se informa más, por lo cual es más difícil permearlo a punta de embustes, cuentos, amenazas o gritos.