Antes que nada, ¿cómo sabemos que los elefantes tienen menos cáncer que nosotros? No es porque hayamos encontrado un gran cementerio de elefantes como sugiere la fotografía que ilustra la columna. Interesante sí que la mujer se acerca a los cadáveres de esos paquidérmicos mamíferos con flores para colocarlas sobre sus restos. La existencia de cementerios de elefantes es un antiguo mito africano que se hizo popular tras las novelas de Tarzán y algunas películas de safaris. Alimentada esta creencia por el desmedido e ilegal comercio y contrabando de marfil. No soy un defensor a ultranza de los derechos de los animales pero opino que deben respetarse otras formas de vida, sobre todo aquellas que han evolucionado cerca a nosotros y como nosotros. De su historia biológica podemos aprender algunas cosas como explicaré más abajo.
Ya en el siglo XVII el médico y filósofo John Locke, fundamental en nuestro pensamiento moderno, se oponía al maltrato de los animales argumentando que esa conducta enseñaba a los niños crueldad y desprecio por el otro (Algunos pensamientos sobre la educación, 1693) Hace dos semanas nos informaba el Dr. Sergio Litewka en el 3er Taller del Programa de Protección de Humanos en Investigación organizado por el Comité de Ética del Centro Médico Imbanaco (Cali) que en las instituciones de investigación norteamericanas es rutinario tener comités de ética para animales. Ha quedado en el pasado, por ejemplo, el uso de primates en experimentos.
Hemos podido medir la frecuencia de cáncer en elefantes por series muy cuidadosas de autopsias en zoológicos y centros para el cuidado de animales salvajes. Los humanos tenemos una mortalidad asociada al cáncer entre 11 % y 25 % en distintas mediciones. El perro salvaje africano 8 %, el león 2 % y el elefante 5 % de mortalidad por neoplasias malignas. Podríamos especular muchas cosas con estas cifras pero sorprende la cifra tan baja de cáncer en los elefantes considerando que tienen por lo menos 100 veces más células que nosotros. Si la neoplasia maligna es un proceso que ocurre al azar la mayoría de las veces como se piensa hoy un animal mientras tenga más células debería tener más cáncer. El que esto no ocurra así se llama la paradoja de Peto y fue formulada hace por lo menos cuarenta años: el riesgo de cáncer no es proporcional al tamaño en el Reino Animal.
La muy alta incidencia de neoplasias malignas en los seres humanos no se debe a nuestro tamaño, no somos ni mucho menos los animales más grandes, sino a nuestro estilo de vida cancerígeno: fumamos, bebemos alcohol, somos particularmente promiscuos sexualmente, nos bronceamos al sol y ahora, según la OMS, comemos exageradamente carnes rojas y procesadas.
Pero de todas formas nos queda la pregunta de por qué animales mucho más grandes como el elefante tienen cinco veces menos cáncer que nosotros. Se debe esto a que los elefantes tienen más genes protectores contra neoplasias malignas. El reciente artículo y editorial respectivo de JAMA describe el hallazgo de copias del gen TP53 en humanos y paquidermos. Nosotros tenemos una copia de esa información genética, los elefantes cinco. Es como si la evolución nos hubiera dado un seguro contra el cáncer y a los elefantes cinco.
No hay una explicación definitiva de esta diferencia pero se sospecha una razón evolutiva. Elefantes y humanos viven vidas largas, la nuestra cada vez más larga. Y los elefantes se reproducen hasta edades avanzadas mientras nosotros dejamos de reproducirnos veinte o treinta años antes de morir. La selección evolutiva ha jugado a favor de los paquidermos porque el cáncer es una enfermedad de la vejez y como esa especie es capaz de reproducirse en los años postreros de la vida se va preservando la información genética que previene el cáncer. En los seres humanos si llegamos o no a viejos tiene poco peso evolutivo pues en esas edades tardías no transmitimos nuestros genes teniendo hijos.
De todas formas para disminuir la frecuencia de cáncer en seres humanos no debemos empezar a tener hijos en edades avanzadas como los elefantes. Ese cambio quizás nos daría protección para el cáncer dentro de en un millón de años o más al ir seleccionando abuelos fértiles como paquidermos con más copias de TP53. Pero la evolución biológica es lenta e impredecible. No nos preocupemos por ella, en un millón de años a lo mejor no estamos aquí como especie. Ocupémonos más bien de nuestra rápida evolución cultural: llevamos un siglo de fumar cigarrillos como murciélagos, llevamos unos doscientos años de broncearnos por moda, llevamos algunos siglos de exceso de proteínas animales en nuestra dieta y creciente sedentarismo. Cambiemos nuestro estilo de vida para tener menos cáncer y sin envidia evolutiva olvidemos a los elefantes.