Uno no puede pretender, si es un demócrata, que el mundo sea todo absurdamente blanco o negro, o gris. Porque nunca es posible diseñar un mundo así. No es posible ni sano.
En las democracias civilizadas del mundo la pluralidad es fundamental para la supervivencia democrática. Su basamento es la oposición, la alternancia, la lógica y el equilibrio entre la racionalidad y la emocionalidad. La racionalidad, entonces, se alimenta con dudas e información seria y la emocionalidad con las intuiciones, nunca con las creencias.
Les confieso que los diez millones de votos del candidato Rodolfo Hernández hablan más del país que de él. Esta es la almendra de la discusión, si se quiere.
En principio a mí me hubiera gustado que fuera Fajardo el opositor de Petro. Después me arrepentí de este deseo por su acercamiento a Hernández. Bueno, es para otra plática.
La última vuelta presidencial nos permitió saber, y casi conocer por los medios modernos, quién era Hernández: su personalidad escabrosa, hombre rico y su carácter patriarcal. Era un hombre para otra época no para la nuestra. Ustedes, amables lectores conocen sus problemas por la suficiente información compartida por radio, televisión y redes sobre Rodolfo. No es necesario seguir recabando sobre estas cosas conocidas.
Mi pregunta va dirigida a intentar explicar los diez millones de votos por un hombre con el talante de Rodolfo Hernández.
Algunos de mis amigos hablan del profundo odio cultural y político contra Petro. Otros hablan de las maquinarias clientelistas de la derecha, otros de la compra y venta de votos y otros realistas de las trabas del capital criollo a la opción del Pacto Histórico. En fin, de los mismos factores que han alimentado las campañas presidenciales de las dos últimas décadas cuando hay un candidato de izquierda, pero exacerbados a la máxima potencia.
Mi hipótesis de discusión es la nueva esclavitud, un poco contagiada de algunos virus de la esclavitud clásica como el miedo. Ya nadie usa el látigo ni el revolver para imponérsele al otro, ni el esclavo vive en las mismas condiciones del pasado histórico, pero persiste otra forma de esclavitud, lo que Byung- Chal Han llama neo-esclavismo.
Podría explicarse con la versión que ofrece el sociólogo alemán, Stephan Lessenich, cuando dice que el sistema capitalista reproduce ciertos sujetos que tienen el interés profundo en que nada cambie, porque el sistema les funciona tal como está. -ver El Tiempo, 03-06-22, El capitalismo produce desigualdades enormes, y no existiría sin ellas.
A esos sujetos les produce miedo que alguien peligroso para sus intereses llegue a alterar la comodidad del océano en la que viven.
Otra versión explicativa es la de la dignidad humana, consagrada en la Constitución Política colombiana: libertad, autonomía, independencia, vivir sin violencia y vivir bien. Sustrato filosófico de la sabrosura de Francia Márquez.
Salir a votar es salir a dilucidar el sustrato de la filosofía jurídica, moral y ético delegado por el mundo civilizado en el tema de los derechos humanos. Somos sujetos de derechos, no seres cosificados y convertidos en cosas para relaciones objetuales, que es lo que hace el sistema político clientelista colombiano.
Frente a la urna, no frente al pelotón de fusilamiento, hacemos uso de esta poderosa discreción liberta y autónoma de sufragar por el que creemos racionalmente es el mejor para la supervivencia de la democracia, lejos de la coacción y el control político de los que se creen dueños de la vida y honra de los ciudadanos.
El voto a favor de Rodolfo Hernández fue un sufragio ciego y de las maquinarias políticas, también de odio y de analfabetismo político y del neoesclavismo nuestro, voluntario. Además, considerar la pobreza relativa y extrema del pueblo colombiano, extendida espiritualmente, y también tener a mano la negación de la cultura ciudadana, un déficit aportado por la sociedad, la familia y la escuela tradicional del país.
Seguimos siendo esclavos de otra manera, pero esclavos, sujetos sin el libre albedrio.
Una Coda final: “Es curioso, nos hemos pasado la vida quejándonos de la necesidad de mayores garantías, de la importancia de fortalecer la democracia, del respeto a las libertades democráticas y cuando alguien habla de cambios entonces nos asustamos porque esa democracia, que consideramos incompleta, se puede ver maltratada.” Javier Ortiz Cassiani, El Espectador. La cartografía de la esperanza.