En estos días se ha oído esta pregunta, con algún grado de frecuencia: ¿por qué los colombianos no reaccionamos como los ecuatorianos o los chilenos y dejamos que nos atropellen los gobiernos?
Ante tan difícil cuestionamiento dejo las siguientes respuestas, más que como concluyentes como apertura al debate:
1. No tenemos consciencia de unidad, por varios motivos: regionalismo, cultura del individualismo e, incluso, no reconocimiento como unidad étnica.
2. Cada vez que se ha iniciado una lucha social, sus líderes han sido dejados solos por el pueblo, quedando a merced de las fuerzas oscuras del para Estado (incluidos los medios de comunicación) para que los asesinen física o moralmente, lo que retroalimenta el miedo a movilizarse que tiene la población.
3. Los medios de comunicación están capturados por los poderes económicos que se benefician de la postración del pueblo y, obedecen a sus amos, satanizando todo tipo de protesta, con solo decir que son de izquierda, que están infiltrados por guerrillas o por Venezuela, y centran el debate en la forma (vandalismo, caos de movilidad) y no en el fondo (razones de la protesta, argumentos y contra argumentos que le subyacen); adicionalmente, emiten programas que no educan, ni mucho menos alimentan la crítica.
4. Lo anterior, aunado a la escasa cultura política del colombiano, que no entiende que el poder de un presidente, de un congresista, de un gobernador, de un alcalde depende de nosotros, y que, por ello, prefiere estar más pendiente de mendigar dádivas que de luchar por un cambio social.
5. El modelo económico y productivo a hundido a la mitad de la población en trabajos del rebusque y el autoempleo, en los que se sobrevive día a día, y, entonces, su energía se consume en subsistir sin dejar espacio a luchar por una vida digna o por objetivos altruistas.
6. Y finalmente, no ha existido un detonante que genere cohesión social y que movilice a las masas a luchar por sus derechos, por su bienestar, por su dignidad.
Dejo estas líneas abiertas para impeler a la reflexión, el debate y, ojalá, a la acción política.