Cuando la Unión Ciclística Internacional se enteró que Lance Armstrong usó el sistema de dopaje más sofisticado de la historia para ganar siete tours consecutivos su entrenador, Johan Bruynell le dijo a los organizadores de la competencia más importante del mundo que no podía denunciar al norteamericano porque “gracias a él su deporte pasó de ser un eurosports de cuarta categoría para transformarse en una pasión mundial. El ciclismo había quedado en tela de juicio. Los positivos de Alberto Contador tampoco ayudaron demasiado.
Creíamos que el ciclismo ya estaba libre de culpa y sospecha, que Froome, a pesar de los rumores que lo acompañan desde años, era un buen muchacho, vienen los señalamientos por el uso indebido de Salbutamol en la pasada Vuelta a España. Dentro del pelotón se despertó el murmullo. Sabían de las veces que el Sky, a la mejor manera del US Postal en su época, burlaba las redadas sorpresa para proteger al campeón. Ahora están indignados. No pueden creer que Froome, con las investigaciones encima, no sea suspendido. A Sergio Luis Henao, por ejemplo, lo suspendieron seis meses por un problema en su pasaporte biológico, una alteración mínima, en cambio a Froome lo confirman para que corra en la Vuelta a Cataluña.
Un descaro. Deberían no sólo suspenderlo sino retirarle todos los títulos. No lo van a hacer. La UCI sabe que después del escándalo de Armstrong el ciclismo está enfermo y ya no tiene credibilidad. Si se descubre que el cuatro veces campeón del Tour es otro bluff, los pocos patrocinadores que aún le quedan –nadie quiere patrocinar, miren sino al equipo de Rigo- y de las televisoras mundiales que aún se animan a transmitir. Con una nueva trampa, el ciclismo será visto como un deporte que motiva el mal ejemplo