Colombia es un país que se ha caracterizado por ser de los más inequitativos de la región. Históricamente los gobiernos han desarrollado modelos que siguen deteriorando la calidad de vida y haciendo que la pobreza siga primando entre millones de personas; generación tras generación se ha aprendido a vivir y aceptar con resignación la injusticia social. Sumado a esto mujeres y hombres hemos crecido y nos hemos formado en un modelo patriarcal que innegablemente ha generado inequidad de derechos y que además nos ha enseñado pautas de comportamiento que se relacionan con el hecho de ser hombre o mujer.
Dentro de este sistema, el cuerpo y la sexualidad se han construido bajo estándares de control social, establecidos desde lo político, religioso y cultural, configurando y señalando lo que se debe y no hacer, lo normal y anormal, lo correcto y lo prohibido. Estos mecanismos de represión han generado en las mujeres formas absolutamente vedadas de explorar y vivir el placer, estando alejadas incluso de sentirse y quererse a sí mismas de una forma muy íntima.
Es por eso que hablar de temas como sexo, masturbación, fantasías sexuales y erotismo genera en cualquier caso vergüenza, como si por ser mujeres debiéramos ridiculizar o prohibirnos a nosotras mismas vivir libremente nuestra sexualidad a través del reconocimiento explícito de nuestro cuerpo. En un contexto como el nuestro no se nos permite ser dueñas de sí mismas, se nos enseña a temer al sexo, a la masturbación, a la penetración, a cualquier palabra que represente el goce o disfrute de la sensualidad.
Aprendemos a concebir el sexo únicamente como mecanismo de reproducción y no como una posibilidad real de libertad femenina. Necesitamos vernos y sentirnos de formas diferentes, queremos que las mujeres no tengamos que seguir padeciendo los estigmas sociales cuando reconocemos que nos gusta el sexo, pero también cuando optamos por no tenerlo.
Queremos poder vestirnos, crear y soñar nuestro cuerpo como nos dé la gana, sin temor a ser reprendidas públicamente, etiquetadas como “cualquieras” o “morrongas”, o en el peor de los casos abusadas con el consentimiento y justificaciones que la misma sociedad otorga a quienes lo hacen.
Necesitamos espacios y posibilidades reales de develar nuestros miedos, de conocernos a sí mismas, de empezar a disfrutarnos como seres sexuales y sensuales, por esto y para esto es necesario acercarnos a la construcción social de feminidades; formas de ser mujer que nos permitan disfrutar del sexo en muchas presentaciones sin ninguna clase de temor, por ejemplo, reconociendo la masturbación como un acto íntimo, liberador, de profundo placer.
Debemos empezar a cuestionarnos toda forma de represión social que niega nuestra sexualidad, nuestro cuerpo; muchas instituciones se han encargado de limitar nuestras expresiones, la religión como ejemplo claro de control social, te enseña la “pureza” como el máximo valor alcanzable, una “pureza” que niega nuestra humanidad, una religión que ve a la mujer como una máquina de reproducción, diseñada para perpetuar la obra de la creación mediante los hijos. No pretendo negar nuestra biología, tampoco la idea de disfrutar la maternidad como una opción maravillosa para las mujeres que así lo decidimos, pero resulta inexcusable debatir el sexo sin placer y la maternidad sin decisión.
Crecemos construyendo ideas alrededor de un amor romántico, idealizando las princesas y príncipes azules, soñamos con el matrimonio, con un hogar, trabajo, casa, e hijos, ideas que por sí mismas pueden ser válidas para quienes las toman como una opción de vida; no obstante, el verdadero problema radica en que socialmente se están diseñando seres humanos reprimidos sexualmente, seres humanos quienes no saben reconocer las posibilidades en torno a la sensualidad, porque lo único que han aprendido es a reconocer el “pecado”.
Por ejemplo, ¿quién en nuestro país no adopta la monogamia como única opción?, ¿existen otras? La fidelidad ha sido una idea “culturalmente construida”, idea que ha sido la culpable de muchos fracasos en relaciones de pareja, personalmente prefiero pensar en una relación basada en la lealtad, en la posibilidad de cimentar y compartir sueños en pareja, y no en la distorsionada ficción de negar nuestra biología y diseñar un discurso falso en torno a la atracción y el amor único para toda la vida.
Vivir la sexualidad en libertad, reconocer el cuerpo como un territorio propio y tener la posibilidad de decidir y ser como queremos nos permitirá la consolidación de prácticas emancipadoras de feminidades y masculinidades, que sean relevantes en los aportes sociales a la equidad de género, necesidad innegable en el contexto Colombiano.