Hay en el inconsciente colectivo una idea generalizada de que las mujeres somos más emocionales que los hombres, supuestamente sentimos más y eso nos hace más sensibles, empáticas, emotivas y, claro, también más habladoras de nuestros sentimientos. Lo cierto es que fuera de esos imaginarios, las mujeres generalmente guardamos silencio ante los abusos, bien sea si lo vivimos en carne propia o vemos que alguna otra lo está padeciendo.
Es paradójico que esto ocurra sabiendo que, desde hace ya varias décadas, las movilizaciones de mujeres han obligado a poner en las agendas políticas internacionales y nacionales los asuntos de violencias de género con atención prioritaria. Este escrito menciona algunas de las muchas razones por las cuales las mujeres callamos y concluye con una pequeña reflexión sobre cómo romper los silencios.
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El 25 de noviembre de cada año (desde 1981) se conmemora el Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. Fue justamente en Bogotá donde se dieron cita centenares de mujeres académicas y activistas, en el Primer Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe, y fue allí, después de muchos debates que se designó el 25 de noviembre —fecha en la que se conmemora el asesinato de las hermanas Mirabal— como día de protesta y conmemoración contra la violencia de género. Resulta paradójico que después de casi cuatro décadas y que cada año siga conmemorándose en el mundo ésta fecha, tengamos que seguir tratando el tema de la violencia contra las mujeres.
Encuentro aquí dos aspectos clave a entender, por un lado, se tiene este magnífico avance en términos de movilización de colectivos de mujeres en el mundo cuyo grito exige #NiUnaMás, todas las iniciativas de organizaciones feministas y de mujeres que han puesto a disposición apoyos psicológicos y legales además de talleres de formación y encuentros nacionales y mundiales, y el piso jurídico en materia de legislación internacional con que se cuenta para la protección y defensa de las mujeres y niñas. Por otro lado, están las mujeres del común, las que han vivido en algún momento (o en varios) agresiones y violencias, a quienes ese mensaje de los colectivos de mujeres de “no estás sola” simplemente no llega, porque sí se sienten solas.
Dado que ya hay una amplia información sobre el primer aspecto, me concentraré en el segundo. Quizás podamos ofrecer explicaciones racionales a que muchas mujeres no denuncien, puede darse el caso de que sienten miedo porque su agresor (generalmente su compañero) es claramente más fuerte y con mayor influencia y temen una represalia, puede ocurrir que no cuentan con una cualificación suficiente para conseguir un trabajo que les permita salir de situaciones de explotación en el hogar y se vean forzadas a permanecer por la manutención de sus hijos, puede ser también que ni siquiera sepan que eso está mal porque lo mismo les ocurre a sus amigas, vecinas, primas, hermanas, madre y/o abuelas y ya lo han naturalizado, puede ser incluso que ya hayan denunciado y nunca paso nada porque las autoridades a las que acudieron no ofrecieron la ayuda necesaria.
Según el Informe de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos [1] las mujeres no denunciamos porque consideramos que lo que ocurrió no fue tan grave, la vergüenza por otro lado es una poderosa razón por la cual asumimos el silencio ya que socialmente se cree que “nosotras nos lo buscamos”, no saber cómo diligenciar la denuncia ni a dónde acudir es otra de las razones que cita el informe, y el temor social porque imaginamos que no nos van a creer. Por estas razones podríamos pensar que resultan útiles todas esas campañas de sensibilización y movilización. Sin embargo, puede ocurrir también —y con una abrumadora frecuencia— que haya mujeres que no denunciamos aun cuando sí contemos con una cualificación suficiente para ganar independencia económica y finalmente lo hagamos, pero decidamos guardar silencio, puede ser que tengamos en conocimiento todo el piso jurídico que soporte las denuncias, incluso que ya hayamos leído mucho sobre las teorías feministas y hayamos debatido en nuestros entornos, la necesidad de cambiar patrones. Sin embargo, bajo esas condiciones, también guardamos silencio. En este escrito expondré tres razones a las que considero que se debe ese silencio y concluiré con una guía inicial para hablar, que queda abierta a ser complementada por las mujeres que se decidan.
Una, la mediatización de la denuncia:
En enero del año 2019 se conoció públicamente la denuncia que Patricia Casas hizo contra su e esposo Hollman Morris, en ese momento candidato a la alcaldía de Bogotá [2]. El caso fue tan mediatizado que se convirtió en tema de conversación en cafeterías; hombres y mujeres opinaron sobre la vida de ambos y se aventuraban a echar su apuesta por uno de los dos al mejor estilo de duelo entre vaqueros. En junio de 2020, el colectivo Volcánicas publicó el reportaje de ocho denuncias de abuso en contra del cineasta Ciro Guerra [3]. Muy pronto las emisoras de mayor rating llamaron a las denunciantes para escudriñar sobre el tema, pero la “chiva” la ganó la noticia de las acciones legales que Guerra interpuso contra Volcánicas, por difamación. En julio de este mismo año, la antropóloga Mónica Godoy sacó a la luz pública un escrito con treinta denuncias de personas que se consideraran víctimas de acoso sexual contra siete docentes del Departamento de Antropología de la Universidad Nacional. También al acecho, los medios de comunicación difundieron la noticia e intentaron enfrentar a la denunciante y a los acusados en una especie de tribunal ‘al aire’. El único en responder al llamado fue el profesor Fabián Sanabria, quien se mostró presto a desmentir las acusaciones que tildó de falsas y denunció penalmente a Godoy [4].
Estos son algunos de los casos más sonados porque se trató de personajes reconocidos, mi interés no es resolver la culpabilidad o inocencia de los denunciados y tampoco juzgar el proceder de las denunciantes. Mi intención es evidenciar la manera como un tema tan delicado como el acoso, la violencia intrafamiliar y el abuso de poder, es convertido por los medios, en el escenario donde la gente se adjudica la virtud de opinar sin conocer lo ocurrido y donde las personas que dicen haber padecido situaciones de violencia de género, son expuestas y juzgadas como en época inquisitorial. De acuerdo con lo observado, ésta es una de las principales razones por las cuales muchas mujeres cualificadas, independientes y con vasto conocimiento en teorías feministas y de género, optan por no denunciar.
Dos, el pacto del silencio:
Estos tiempos de pandemia que nos obligan a mantenernos encerrados, han evidenciado de manera muy cruda los casos de violencia intrafamiliar [5], el Consejo Nacional de Población (CONAPO) advirtió la alarmante cifra de embarazos no deseados en niñas y adolescentes durante la pandemia [6]. Llama la atención el eufemismo con el que se denuncia, porque si se trata de una niña embarazada, claramente es el resultado de una violación. Este simple ejemplo del lenguaje, nos remite a ese patrón socialmente aprendido de resguardar lo que ocurre con el cuerpo de las mujeres, a no nombrarlo o nombrarlo de manera inadecuada y poco clara.
Si hacemos el ejercicio de revisión, vemos que éste y otros informes están llenos de cifras y datos de mujeres, pero de los hombres nunca se hace mención, pareciera que las embarazó el espíritu santo o en el peor de los casos, un “monstruo” [7] como también se les llama a los violadores en los reportes de prensa. Así ocurre con los informes oficiales y en los medios de comunicación y también en las familias. Hay una tendencia a minimizar actos de agresión y violencia por haberlos naturalizado, pero también —y más grave— por resguardar la integridad del acusado. Parece que esos hombres agresores, abusadores y violentos, gozaran de cierto carácter sobrenatural que los eleva al nivel de seres mitológicos de los que no se debe decir nada, lugar que sin duda les han otorgado abuelas, madres, tías y hermanas quienes, con su silencio cómplice, les cobijan para que no sean vilipendiado por otras mujeres malas, que hablan de más y que son las “feminazis” de la familia.
Por supuesto que mi intención no es agredir a las mujeres que han decidido por este pacto familiar del silencio ya que también son víctimas de esos entornos. Mi intención es dilucidar las razones por las cuales ellas (tantas) se alían a ellos y no a ellas, y encuentro por lo menos tres: una es la necesidad de aceptación y compañía, esto se debe a que quienes se deciden por hacer denuncias en la familia, terminan en el callejón del exilio y la herejía. Otra es la mala fama que se ha hecho al feminismo, asociándolo con la homosexualidad, con la frustración de la mujer soltera y a las locas histéricas que rompen, queman, gritan y se tinturan los pelos de las axilas de verde, y claro, ninguna mujer que se considere en el camino de la rectitud y las buenas costumbres querrá que se le asocie con este grupo. Y la tercera es que se ha naturalizado a tal punto la violencia intrafamiliar, que muchas que lo padecieron en el pasado siguieron su vida haciendo como si nada, de manera que ven los casos como una exageración que no tiene lugar porque se lleva por delante la honra del hombre que, por cuestiones de edad, tragos, encierro, frustración e incluso pocos atributos físicos, cayó en un pequeño error que no es tan grave y fue hace mucho tiempo.
Tres, la picota pública:
Hace un tiempo viví una situación de agresión con el que entonces era mi novio, ocurrió mientras cursaba la maestría en otro país y yo consideré lo ocurrido como poco grave porque lo resolví pronto y no pasó a mayores. He sido de las pocas que ha contado con una red de amigas que se solidarizaron conmigo y me brindaron su apoyo. Sin embargo, poco después de lo ocurrido, me enteré que mi caso se había socializado abiertamente, la incomodidad de pasar con mi bandeja a la hora del almuerzo y ver la mirada de algunas personas, me hizo sentir muy incómoda porque presentía que todo el mundo estaba hablando de mí, luego comencé a escuchar comentarios en los que se me acusaba de haber propiciado las situaciones violentas, de meterme con la gente equivocada y de no “salvarme” aun siendo una mujer clase media ilustrada. Y bueno, debo aceptar que sí me culpé, me responsabilicé de no haber puesto los filtros suficientes para entablar una relación, de haber confiado en la gente equivocada porque no respetaron mi privacidad y especialmente por ser gritona, peleadora y no quedarme callada con lo que me incomoda. Esa picota pública nos lleva a un doble accionar, por un lado, a la denuncia de las agresiones y por otro a la defensa del caso frente a otras mujeres, que resulta desgastante y preferimos evitarlo.
Por último, lazos de hermandad:
Es un hecho que aún nos cuesta mucho brindarnos esa ‘sororidad’ tan mentada en los eventos feministas porque en la vida cotidiana seguimos creyendo que eso que le pasó a la otra, a mí no me pasará porque yo si soy buena, porque no daré motivos y porque no me involucraré con esa clase de gente. Amigas, ésta es una invitación a la reflexión, no para que saquemos teorías citando a autoras célebres, sino para que retomemos ese parloteo y lo convirtamos en una herramienta de catarsis, mediante la cual podamos exorcizar nuestras angustias personales. Es por eso necesario hacer esos ejercicios de hablar, últimamente están muy de moda los círculos de mujeres, y aunque he asistido a pocos, los encuentro muy poderosos porque podremos expresarnos, nos sentiremos acompañadas y también nos daremos cuenta que ninguna está exenta de que algo le ocurra.
Si no sabemos de un círculo de mujeres cercano, comencemos a fortalecer los lazos de solidaridad y apoyo con otras mujeres, es necesario que nos sepamos unidas y para ello, es importante ofrecer una escucha atenta y libre de juicios de valor. Necesitamos de espacios seguros donde podamos aterrizar nuestro dolor y por eso es indispensable un pacto de confidencialidad libre de cualquier elemento de juicio. Si se sabe de una abogada feminista o de una psicóloga feminista, dar el dato. Si es que se cuenta con los elementos teóricos o jurídicos, brindarlos sin presionar porque no estamos ahí para dictaminar juicios ni ordenar actuaciones, sino para apoyar, sostener y abrazar.
Hagámosle saber a esos hombres que estamos unidas y que el pacto del silencio se rompió con nosotras. Abramos nuestros hogares para dar refugio a las amigas que lo necesiten, saber que se cuenta con un lugar seguro donde acudir es ya una fortaleza. Acompañemos momentos claves de la vida de nuestras amigas: denuncias, trasteos, juicios de conciliación, incluso en momentos de reconciliación está bien estar atentas al teléfono por si se necesitara apoyo; y todo eso díganlo, hagan público que se leen poemas por teléfono en noches de desvelo, que se cuidan bebes, se escuchan mal de amores, se acompaña a citas médicas y se ofrece cobija y sofá, si se les ocurren más, por favor díganlo.
[1] Violencia y discriminación contra mujeres, niñas y adolescentes: Buenas prácticas y desafíos en América Latina y en el Caribe, consultado 8/11/2020.
[2] Esta es la denuncia penal contra Hollman Morris por violencia intrafamiliar, consultado 8/11/2020.
[3] Ocho denuncias de acoso y abuso sexual contra Ciro Guerra, consultado 8/11/2020.
[4] Minidocumental En honor a la verdad, publicado el 19/10/2020.
[5] Víctimas de violencia doméstica atrapadas durante la pandemia, consultado el 7/11/2020.
[6] Confinamiento por COVID dejaría más de 100 mil embarazos no deseados: CONAPO, consultado el 8/11/2020.
[7] El Monstruo de Monserrate: una máquina de muerte, consultado el 26/10/2020.