Nadie de esta generación llegó a pensar que viviríamos una pandemia como la que hoy nos tiene acorralados.
En los primeros días de caos, miedo e incertidumbre, algunos dijeron que se trataba de un castigo de Dios para advertir al hombre que debía parar la carrera desenfrenada hacia la devastación irracional de planeta en el que vivimos.
A la par, otros más laicos insinuaron que se trataba de un virus creado en laboratorio con el fin de establecer un nuevo orden mundial, entre otras hipótesis.
A la fecha, cuando las restricciones impuestas por los gobiernos se han flexibilizado y la humanidad está un poco relajada en todo el mundo, se espera con ansiedad moderada la anhelada vacuna para volver a la "normalidad".
A mi juicio, la muerte de miles de colombianos por causa de esta terrible pandemia debe servirnos para reflexionar profundamente sobre el cambio total de nuestra actitud, despojándonos de esta odiosa indiferencia y mezquino individualismo.
De no ser así, volver a la "normalidad" será regresar a la desigualdad, la pobreza, el hambre, la infame corrupción y la cultura de la ilegalidad, con la complicidad de nuestro cáncer de indiferencia.
Parodiando la cita del gatopardismo, diríamos: "cambiar todo para que nada cambie". "Si queremos que todo siga como está, es necesaria una pandemia".