¿Por qué la televisión pública no triunfa en Colombia?

¿Por qué la televisión pública no triunfa en Colombia?  

 

En el país, esta propuesta televisiva representa más a las instituciones que a los mismos ciudadanos

Por: Omar Mauricio Velásquez
marzo 24, 2015
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2orillas.

En virtud de cualquier desliz sobre los apellidos que se le ponen a la televisión, varios de mis colegas deberían hablar más como televidentes y menos como académicos; partiendo de una sana y cordial invitación, deberíamos comenzar por decir que los televidentes vemos televisión. Así, sin apellidos. Pero hasta los académicos que promueven reflexiones referidas a seguir desenlatando la lata del consumo televisivo, mostrándose todos unos ávidos seguidores de series y esquemas innovadores televisivos, no han sabido desenmarañar algo tan simple como el derecho que tenemos a la libre administración del ocio. Muchos desde una teoría crítica a los contenidos, siguen siendo mesiánicos y promueven ciertos valores de repertorios culturales con los que ya cumple la televisión, pero en relación a la utilidad que le dan sus usuarios, parecieran no entender o no recordar que cada quien se relaciona con estos dependiendo de sus propias enciclopedias y sus inventarios de conocimientos previos. En últimas, cada televidente le da utilidad relativa a aquello tan maravilloso del “aprender generalidades”, tal como lo señala John Hartley. Por algo tan simple, toda la televisión es en principio pública.

Por colegas, me refiero a quienes desde las humanidades, han construido ciertos discursos en defensa de lo público televisivo, donde pareciera que persiste eso que Dwight MacDonald señala como “experiencia de orden superior”, y tal vez por ello encuentro pertinente sugerir algunas bases para valorar en justa medida lo que viene pasando con los éxitos relativos de eso que llaman “público”, pues si bien los contenidos de canales como Señal Colombia hoy resultan más agiles, frescos, dinámicos y atractivos, la verdad es que su poder de convocatoria pareciera segregar al público en lugar de segmentar la audiencia, promoviendo con ello esa idea errónea que aún persiste sobre la separación de los televidentes brutos y los televidente inteligentes. Discurso que se abrió camino fácil en el aforismo de “los televidentes deben ser más ciudadanos y menos consumidores”, el mismo que fue resuelto desde la propuesta mal leída, a mi juicio, de García Canclini, cuando el fondo de este manifiesto era anotar que la cultura no es un conjunto de bienes distinguidos.

Es notable el ascenso de propuestas como Los Puros Criollos, y es necesario ponderar su trabajo de fomentar en un lenguaje desprevenido y coloquial el conjunto de patrimonios que permiten construir una identidad de lo nacional. Pero ¿Es Los Puros Criollos el único programa de televisión pública capaz de lograrlo?

El esquema de producción de RTVC, responsable de desarrollar, implementar y emitir espacios como la serie mencionada, debería y debe replicarse a otras instancias que hoy, mal llamadas públicas, son más institucionales que representativas de lo público. El realce que alcanza una serie como Los Puros Criollos, desde su primera temporada, va más allá de su presupuesto, su recurso expresivo visual, o la gran tarea como presentador que desempeña Santiago Rivas. La esencia de este proyecto es su capacidad en el relato. La materia pendiente del resto de la oferta pública, llena de collages y pegotes pirotécnicos o de paneles de expertos hablando de temas “interesantes”, es aprender de eso tan simple que significa saber contar una historia. Señal Colombia está en carrera de demostrar que es posible, pero no es la única oferta de lo “público”, otros canales locales, regionales y nacionales están en mora de imitar un esquema que sería posible sin tantas arandelas administrativas.

Leía con cuidado una nota referida a los premios obtenidos por Señal Colombia, y nuevamente me preguntaba por el significado que tienen los premios para mí como televidente desprevenido. Yo por ejemplo no calculo el número de premios que mis series de televisión favoritas obtienen, porque mi relación con sus universos se basa en esa función lúdica de entretenerme sin que me pidan mucho a cambio. Los premios aquí son un indicador de gestión que funcionan para que aquel que produce el contenido pueda seguir haciendo su tarea; para un televidente solo es útil en términos de mejorar la percepción favorable o la buena opinión que del producto se tenga; por tanto es bueno anotar de manera justa que no todo lo premiado es necesariamente lo mejor o más útil en su propósito.

En ese aspecto, también es necesario advertir del riesgo de perpetuar la idea de cómo lo “publico” es bueno per se, cuando ni siquiera es consumido. Sin consumo no existe la apropiación, y sin la apropiación de un contenido es imposible generar la tan cacareada transformación social por la que supuestamente propende la televisión pública.

El año pasado veía en el portal de Las 2 Orillas un segmento dedicado a los argumentos de los ciudadanos en una sección llamada NOTAS CIUDADANAS. Observé, ya no con asombro, que nuevamente alguien proponía un texto, a manera de decálogo, sobre la Televisión pública. Mi experiencia como docente, pero además como investigador de recepción, productor, guionista y realizador en distintos canales de tv, por casi quince años, creería que me conceden la voz, para diferir de ciertos puntos expuestos por el autor Juan Sebastián Barrero Del Río, en su columna "10  errores que condenan a la televisión pública".

A mí juicio, que no deja de ser personal, la condena de la televisión pública es lanzar llamados de ayuda en comparaciones desproporcionadas con la tv comercial. En Colombia, cientos de miles de millones de pesos son invertidos en la televisión de interés público social, educativo y cultural, desde la aparición del primer canal regional, hasta el rediseño administrativo de la RTVC. El error que causa la deserción masiva de los televidentes, tiene que ver con lo poco atractivo, y por tanto inútil, que encontramos los formatos y contenidos que en ella se ofrecen. La condena de la televisión pública, si existe alguna, es que se dedica más a la defensa de su discurso, que a su propia función lúdica.

El pasado año, al ser invitado por la ANTV para hacer parte de la reflexión "Pensar las regiones", en un foro en el que debatimos algunos aspectos, volví a exponer mi tesis central:

La televisión pública, amparada en el desdén ilustrado de algunos humanistas, se ha especializado en desmarcar la televisión pública de otras televisiones, como si los televidentes viéramos televisión por el adjetivo de la misión que encierra el producto, y no por su glamour mismo. Muchos son los factores que contribuyen a la regular eficacia de lo público. La mala gestión, la burocracia, las carreras administrativas, la endogamia, la falta de comprensión de innovar en formatos,  pero sobre todo,​ la ausencia de mediación para invitarnos a vernos desde lógicas transmediáticas.

Es cierto que existe una defensa natural de alguna parte de la audiencia, pero debemos distinguir televidentes de usuarios con discursos institucionales asimilados previamente, como en el caso de lo que ocurriera en los meses finales del 2014 en Canal Capital, pues una cosa era defender la tarea y el empeño de un periodista como Hollman Morris, y otra, defender la tarea de un modelo de gestión de un canal, que sin duda, se había revitalizado en su marca.

La amenaza velada y poco expuesta se cierne es sobre aquello que constituye lo público: en la última década, los canales institucionales, al servicio de gestiones administrativas políticas, locales y regionales, han encontrado una ventana perfecta para cooptar el discurso de un televidente que ya no es televidente como si eco de discursos; discursos que igual tienen asimilados sin necesidad de ver la tan "buena" televisión.

Podrá ser discutible, pero basta con revisar que ha pasado en los últimos años en Medellín, para entenderlo. No es este un juicio sobre los valores políticos de los gobiernos, pero sí, de los valores jurídicos y morales de cómo vamos creando una idea de "buenos" y "malos" televidentes, desde el discurso de académicos que hacen el bien por quedar bien, más que por el bien mismo.

Mucho se ha hablado de cómo estas señales, se capitalizan a partir de la construcción social y cultural acorde a las dinámicas que genera nuestra sociedad.

Reitero yo, ¿no es obvio que para la apropiación de dichos valores, esta televisión debe ser usada?

Soy consciente que esta discusión no acoge televidentes desprevenidos, sólo es del interés de algunos teóricos que desde hace años buscan motivar procesos de nuevas destrezas cognitivas, algo que no está mal. El error consiste en usar argumentos que en lugar de reflexionar la configuración del sentido de lo público, están terminando por fortalecer los intereses políticos, buenos o no, de los gobiernos de turno.

Mi llamado es al cuidado de esas obviedades, porque dichos posturas, con fundamentos en superficie, hacen eco en estudiantes y egresados de escuelas, que terminan por promover una nueva polarización sobre lo "bueno" y lo "malo", en un país suficientemente polarizado. Pero además, mi llamado es a que experiencias como la de Los Puros Criollos se conviertan en una cátedra ambulante de aquello tan simple de saber contar una historia con la disculpa de un tema, que trascienda en su trama para generar inquietudes mínimas en quienes las usan, o sea en quienes las ven, o sea, en quienes las consumen.

Es un verdadero acierto que la televisión “pública” se haga notable, ojalá mejore sus circuitos de tránsito y sus esquemas de promoción, y ojalá sus responsables de escritorio dejen de creer que los tecnicismos sobre garantizar la cobertura solucionan los problemas de fondo: el intento por promover valores como si la televisión fuera responsable exclusiva de los valores y la ausencia de competencias para el relato.

 

Respetuoso y atento saludo.

 

Omar Mauricio Velásquez.

Docente del pregrado en Comunicación Social

Escuela de humanidades

Universidad EAFIT

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