Hace unos días se conoció la trágica historia de Homero, un perro de raza American Bully que murió por aparente causa de asfixia al viajar en la bodega de un vuelo comercial de la aerolínea EasyFly. Según su dueña, por negligencia de la transportadora que se negó a permitir que el canino volara junto a ella. Según la aerolínea, porque la dueña del perro no cumplió con la documentación requerida para que el animal pudiera viajar en la cabina del avión.
Sea cual sea la causa de este fatal incidente, nada le devolverá la vida a Homero, un animal que sin lugar a dudas será echado de menos por su dueña y su familia. Sin embargo, y fuera del contexto y la importancia que debiera significar este hecho en la opinión de los colombianos, la percepción pareciera ser la misma: nos indigna la muerte de un perro, pero nos es indiferente la muerte de nuestros líderes sociales y campesinos que están siendo asesinados con sevicia e inclemencia en nuestro país.
Y es que nadie está diciendo que la vida de este animal no sea importante, o que no se deban hacer las investigaciones necesarias para determinar la responsabilidad de los fatales hechos; no, todo lo contrario, la vida de los animales y el cuidado y respeto por las mascotas debe ser un tema de conversación y un deber de todo ciudadano. No obstante, hasta qué punto es correcto humanizar a los animales para darles más importancia de la debida.
Según cifras publicadas por el Instituto de Estudios para el Desarrollo y Paz, Indepaz, únicamente en 2020 fueron asesinados 310 líderes sociales, entre los cuales se resalta, en su mayoría, el asesinato de indígenas y campesinos. Mientras tanto, otras 12 personas identificadas como familiares de líderes sociales también perdieron la vida en medio de una guerra silenciosa que parece no terminar en Colombia.
En lo que va corrido del 2021 ya se han presentado asesinatos a líderes sociales, el más reciente se presentó en San Basilio de Palenque, en donde ya se confirma la muerte de 10 líderes sociales en las primeras dos semanas del año. A pesar de estas trágicas cifras y del panorama tan desalentador que presenta Colombia, al ser uno de los países más peligrosos en el mundo para ser líder social; la muerte de nuestros campesinos, indígenas y afrodescendientes parece no generarnos el mismo repudio e indignación que la muerte del perro Homero.
Hemos normalizado a tal punto la guerra civil que se vive en la ruralidad de nuestro país que nos sentimos ajenos desde las grandes ciudades a este flagelo acompañado de indolencia e indiferencia. ¿Cuánto sufren nuestros campesinos? ¿Por qué no cesan estos ataques? ¿Qué está haciendo el gobierno de Duque para frenar esta guerra? ¿Qué sienten las familias de estas personas al enterrar a su hijo, esposo o hermano sin que se haga justicia? ¿Cuántos líderes más deben morir en Colombia para que esto se detenga? ¿Cuál es el papel de los jóvenes en esta disputa bélica?
Tal parece que estos y otros cuestionamientos que debiéramos estar haciéndonos no son importantes, por ahora debemos centrar nuestra atención en la indignación y el dolor que nos produce el testimonio de la dueña de Homero, pues la vida de su perro tiene más valor y merece más importancia que la de cientos de almas que mueren y seguirán muriendo en la defensa de los derechos de miles de colombianos.