En el alba se señalaba una mañana grisácea, Pereira suele ser una ciudad fría y con lluvia los primeros días de febrero, el frío se siente todavía más por el contraste generado con los soles caniculares de enero en los que se tocan los 30° c al mediodía.
Las gotas de lluvia se desgajan de unas nubes que lo abarcan todo y que parecen contener tinta negra, en los tejados se siente el golpetear con tal fuerza que muchas veces el agua se confunde con granizo.
Algunos amantes del frío celebran el fin de la temporada estival con los abrigos nuevos comprados en fin de año.
Mientras tanto cientos y cientos de familias cuyas casas y vidas penden de un hilo (hilos de guadua que es llamada también cemento vegetal, pero al fin hilo) ubicadas en las laderas rezan porque el agua no se lleve los cimientos del único lugar que la exclusión y la desigualdad les permitió construir.
A finales del 2021 varias casas ubicadas en las laderas de la comuna Villa Santana fueron devoradas por la lluvia y la noche y con ellas se apagaron dos vidas.
Y ahora de nuevo el terror (que viene de la tierra) nos toma bajo el bello eufemismo de desastre natural, que es una manera de ocultar el desastre humano, político y social, casas y familias sepultadas entre la tierra y el río, dado que estamos en plena campaña electoral saldrán los mismos que en otras épocas promueven el desalojo de las gentes pobres, ignorando que las invasiones son la respuesta a la ausencia de techo de uno de los países con el mayor índice de desplazamiento interno del mundo, y se tomarán fotos entregando víveres y promesas falsas.
Y luego, cuando el hecho deje de ser mediático y la indignación se sublime en otro tema, las soluciones serán enterradas en aludes de papel de archivo, parece que lo mismo sucedió hace cincuenta años y hace cien. "En 50 años habrá soluciones" dirá el tecnócrata de turno.