Durante el último mes, según el CERAC, la perpetración de 83 acciones violentas por parte de las Farc, entre ellas, voladuras de torres de energía y oleoductos, hostigamientos a la Fuerza Pública, cuatro emboscadas, tres asesinatos y la contaminación del río Mira con 25.000 barriles de crudo, ha causado conmoción en la opinión pública. Se percibe escepticismo frente al proceso de paz y un gran asombro frente a la escalada del conflicto. Con toda razón: es increíble que luego de cinco meses de tregua unilateral, en los cuales las acciones violentas se redujeron a cifras de 1984, de un día para el otro, la guerra vuelva a arrasar al país. Sin embargo, esto no nos debe sorprender. Era de esperarse tamaña pataleta, expresada en terrorismo, por parte de la guerrilla, luego de la negativa del gobierno a decretar un cese bilateral.
Las inconsistencias son inherentes a este tipo de procesos en los cuales se negocia en medio del conflicto. Son algunos de los numerosos sapos que, al parecer, nos tendremos que tragar. Las Farc pudieron haber dejado de realizar acciones violentas, no obstante, ¿dejaron de extorsionar o de traficar droga? Otros se preguntarán, ¿por qué volvemos a los bombardeos? Todas estas inconsistencias son inexorables y afectan la legitimidad del proceso. Sin embargo, el problema real es que solo cuestionamos estos lances de la guerra sin preguntarnos por el quid del asunto: ¿qué pasa con las negociaciones? Nadie comprende el porqué de tanta dilación para llegar a un acuerdo. ¿No será que la guerrilla utilizó la tregua unilateral como excusa para alargar los diálogos? ¿No será que al gobierno le conviene dilatar las negociaciones al no contar, en el corto plazo, con la plata del posconflicto? Se supone que ya hay acuerdos en los puntos neurálgicos de la agenda. Lo que nunca se pactó se dejó de lado y lo que hoy se discute es la forma en la que la guerrilla hará su transición hacia la legalidad. La tozudez de esta y su negativa a reconocer su papel de victimaria que debe pagar, de cierta manera, por sus crímenes, son el bache en la mesa de diálogos actualmente. La intensificación de las acciones violentas no es más que un intento de extorsionar al gobierno para decretar el cese bilateral.
Es preciso acelerar las negociaciones y llegar a un acuerdo final. Si la guerrilla tiene voluntad de paz, deberá acatar los menesteres de un proceso de DDR (desarme, desmovilización y reintegración) convencional y los imperativos de la justicia transicional asida al DIH. Solo así, se podrá allanar el camino hacia un posible cese bilateral. En este punto es donde considero pertinente la propuesta del senador Uribe, en las vísperas de una posible firma: concentrar a toda la guerrilla en una zona acotada, en donde cesen las hostilidades de lado y lado y se inicien inmediatamente su desarme y los sendos trámites para su reincorporación a la vida civil. Así las cosas, la consigna no debe ser ¡cese bilateral ya! sino ¡acuerdo de paz ya!