Cuando escuché los nombres de los soldados muertos y de los heridos en el ataque de una banda criminal a un comando militar realmente me asusté. Oí que se trataba de los hijos y nietos de los Sarmiento, Pastrana, Holguín (los de Paola), Valencia (los de Paloma), Guerra (los de María del Rosario), Char, Lafaurie, Gerlein, Uribe Velez, entre muchas otras familias poderosas del país.
Muy nervioso subí el volumen del televisor para escuchar nuevamente la noticia, todo era cierto. Los ilustres, poderosos y compungidos padres, abuelos, hermanos y tíos de los soldados fallecidos y heridos se lamentaban ante los periodistas por la pérdida de sus queridos familiares, a la par que exaltaban su patriotismo y el de sus vástagos y familiares. Así mismo, echaban la culpa del fracaso militar a los oficiales "sin apellido" responsables de esa columna de combate y pedían a gritos que en Colombia se bombardeara "indiscriminadamente a todos esos terroristas"...
Y lo dijeron tan alto que inconscientemente salté al pensar qué sería de esta Colombia sin los naturales "delfines de la clase dirigente". Sin embargo, luego, me caí de la silla y entonces... ¡desperté! Me había quedado dormido escuchando las noticias... Entonces volví a la realidad y recordé que en Colombia los vástagos de esos cuyos nombres creía haber escuchado nunca van a la guerra... para ellos están las discotecas de lujo, las fincas de recreo y los clubes de los que "sus ilustres adultos" son socios. Como siempre, los muertos y heridos eran los del común, los que no importa de qué lado de la contienda se encuentren, ya que nunca sabrán por qué diablos están en una guerra que no es suya.