Los bogotanos no lo saben, pero su preocupación con TransMilenio se relaciona con el escándalo corporativo más grande de este siglo: el llamado “Dieselgate” o también conocido como “escándalo de emisiones contaminantes de vehículos Volkswagen”.
Ese embrollo surgió cuando el enorme grupo automotriz Volkswagen —que vende vehículos que van desde los Porsche hasta los Skoda— fue descubierto haciendo trampa a los controles de emisiones impuestos por las autoridades ambientales del estado de California. Ese hecho se dio apenas hace tres años, pero que ya tiene visos de cambiar la historia.
El grupo VW fabricó automóviles diesel que engañaban sobre su emisiones de óxidos de nitrógeno utilizando una programación de software donde las máquinas podían detectar cuando estaban en prueba de gases y cuando no: se comportaban muy bien en el banco de pruebas pero en su funcionamiento cotidiano emitían más óxidos de lo que permitían las normas ambientales.
La motivación de VW para esa elaborada trampa fue vender la imagen de que sus automóviles mantenían la potencia y una facilidad de uso que otros fabricantes sacrificaban cumpliendo con las mismas normas ambientales que supuestamente ellos cumplían. Esa ventaja (que parecía mágica) fue desmentida por expertos americanos: por curiosidad quisieron verificar cómo se comportaban algunos vehículos fuera de los laboratorios e incluyeron por casualidad un VW en su lote de pruebas.
El escándalo del Dieselgate, que en un principio se limitaba a los autos de Volkswagen, se extendió a reclamos sobre la contaminación generada por los automóviles particulares en general. Como resultado de la presión ciudadana las autoridades de varias ciudades europeas han impuesto restricciones de tráfico a los automóviles diesel y se plantea limitar el uso de ese combustible para el mercado de los vehículos particulares.
Por desgracia esas noticias ingresaron manipuladas y de contrabando a nuestro país: algunos personajes que no están interesados en explicar de qué se trata el Dieselgate tergiversaron la historia y la hicieron pasar con el nombre genérico de “tendencias mundiales”.
Esas personas evitaron aclarar que el Dieselgate produjo una reacción en contra de los vehículos particulares: el logotipo usado por Greenpace en esta cruzada es un carro particular. Si bien existe una preocupación por el uso de combustibles fósiles la preocupación generada por el escándalo VW se centra en el impacto que tienen los vehículos particulares.
En muchas ciudades de Europa las autoridades quieren bajar a los ciudadanos del automóvil para subirlos en el transporte público sin importar que este sea movido por diesel. Hasta el momento ninguna ciudad está en una carrera loca para sacar sus buses diesel a causa del Dieselgate como quieren hacernos creer ciertos personajes que posan de expertos u opinadores desinteresados: se ha buscado mejorar paulatinamente y por eso se han ido restringiendo incrementalmente las emisiones con las normas Euro de la 1 a la 6.
A diferencia de las ciudades de Europa donde únicamente los vehículos del Dieselgate violan las normas nosotros estamos en una situación mortal: acá tenemos toca clase de vehículos viejos que ni siquiera funcionar correctamente. Sus motores superan en décadas su vida útil y emiten cantidades espeluznantes de contaminación sin importar si usan gasolina, ACPM o gas cosa que no sucede ni en Estados Unidos ni en Europa.
Esa es la situación actual de TransMilenio: el menor problema es que sus motores sean diesel, el problema es su marcada vejez. Esos buses superaron su vida útil hace años y físicamente no pueden cumplir las normas ambientales que alguna vez cumplieron, se planeó retirarlos en 2011 para estas fechas sus catalizadores y demás medidas para controlar emisiones deben estar inhabilitadas.
Ante este panorama apocalíptico es claro que aplicar a rajatabla las soluciones que sirven en Estocolmo o en Amsterdam es un síntoma de lo desubicados que estamos ante nuestras problemáticas y nuestras posibilidades.
Primero, está el tema de cambiar solo una pequeña fracción de los motores de la ciudad ignorando el resto del parque automotor: el problema de contaminación se va a reducir pero un porcentaje tan bajo que no va igualarse con los costos en los que se incurrió.
Segundo, está la idea de intentar ser pioneros en una tecnología que desconocemos completamente y además sin ningún salvavidas. Las pruebas con buses eléctricos en Bogotá son apenas incipientes y las condiciones de operación que les esperan son infernales. Ya se escuchan voces acerca aconsejando en contra de las precipitadas decisiones que se están adoptando en el distrito con respecto al cambio de la flota.
Pensar que se puede entrar de lleno en una nueva tecnología sin pruebas piloto es exageradamente optimista, pensar en solucionar un problema atacando solo una porción de su causa es ignorancia.
No se puede pasar por alto la complejidad que supone un cambio tecnológico porque suele ser la receta del fracaso: Chirajara no se cayó por corrupción, se cayó por experimentar sin cuidado. Acudir a soluciones de punta para resolver los problemas que tienen otros países por la gracia de seguir “tendencias mundiales” demuestra una ignorancia supina.
Bogotá no está lista para experimentar con una flota 100% eléctrica en TransMilenio y eso no es falta de ambición ni exceso de ella.