Después del aislamiento obligatorio decretado por el gobierno de Colombia, la educación virtual se convirtió en una herramienta sin precedentes para salvar la economía de empresas como las universidades privadas que abundan en el país. En cuestión de días, las universidades se adaptaron al medio virtual y retomaron las cátedras y clases con relativa normalidad.
Los días pasaban y la incertidumbre aumentaba frente a un virus que cada día toma más velocidad en América Latina, y esta incertidumbre llevó a miles de jóvenes estudiantes a cuestionar su futuro académico. Estas dudas aparecen por la notable diferencia entre la educación presencial y las clases virtuales, pero además de calidad, hablamos de una relación directa con su valor.
Las abundantes universidades que hoy existen en Colombia, son reflejo del valor lucrativo que tiene la educación en el país, en donde solo se destina 3.2 billones de pesos del presupuesto nacional para las 32 universidades públicas que hay en el territorio, comparado con los 51.3 destinados al pago de la deuda pública según el Ministerio de Hacienda y Crédito Público.
Frente a la notable ausencia de capital disponible para la educación superior, aparecen empresarios dispuestos a vender aquel servicio que es considerado derecho y se lucran de estudiantes con recursos limitados, porque, ¿quiénes son realmente los destinados a acceder a la educación privada y quienes gozan de la educación pública?
No es un secreto los altos estándares y calidad que tienen algunas universidades públicas en Colombia. Su método de ingreso meritocrático a través de exámenes y la obligación de respuesta académica con promedios, las convierte en instituciones extremadamente competentes a la hora de ejercer peso en el mundo laboral, todo esto respaldado por un nombre y reputación que se han hecho a través de los años.
Pero, ¿realmente los méritos son aquellos que dan acceso a la educación superior? Es cada vez más notorio que los egresados de instituciones privadas, ocupan los espacios en las universidades públicas, pues su formación básica y media en comparación con colegios públicos y distritales resulta ampliamente desproporcional y en algunos casos injusta.
Sumado al modelo de preparación por cobro como lo son los pre-universitarios, cada vez es más difícil alcanzar a quienes poseen el capital para tener una formación completa.
Al final, y en completa divergencia, los estudiantes de colegios públicos terminan accediendo a universidades privadas, muchos a través de El Instituto Colombiano de Crédito Educativo y Estudios Técnicos en el Exterior (ICETEX), en donde dedican una considerable extensión de su vida profesional y su salario al pago de su educación. Esto, a pesar de convertirse en un chiste cotidiano del estudiantado, es una tragedia contra la comunidad estudiantil del país.
Por otro lado, los beneficios de una educación de calidad, económica y respaldada por años de tradición y lucha, termina al servicio de los mejor preparados por tener acceso a la empresa de la educación. Esta política neoliberal toxica y de crecimiento cancerígeno acelerado se ha normalizado en la sociedad, pero después de que el aislamiento obligatorio llevara a estas empresas a mudarse a la virtualidad, y con la esperanza de tener un alivio financiero, miles de estudiantes alzaron su voz para pedir más por menos.
Ninguna institución dará reembolsos por las nueve semanas de educación virtual del primer semestre del dos mil veinte, y es considerable teniendo en cuenta sus gastos previamente presupuestados, pero presentan alivios financieros que van desde reducción porcentual de un dígito en créditos, hasta un pequeño porcentaje no acumulable de descuento en su próximo semestre. Otra barbarie contra el derecho a la educación.
Casos aislados como la Javeriana que es respaldada por organizaciones ancestrales con tanta influencia como la compañía de Jesús, tienen mejores capacidades económicas y políticas para ofrecer alivios económicos, por lo que no es pertinente agregarlas a la ecuación.
Esto no es una cacería de brujas contra aquellos que logran acceder a las universidades privadas gracias a sus recursos económicos, pues en ellos también se ve el valor de una formación de calidad y esfuerzo. Tampoco contra las empresas de la educación, pues en donde existe la posibilidad de hacer negocio, es tonto aquel que no lo hace, como en el reconocido caso de la guerra del agua de Bolivia en donde incluso el elemento indispensable de la vida se convirtió en negocio.
La verdadera lucha y la crítica fuerte debe ser contra aquellos que permiten que el acceso a las universidades públicas se convirtiera en una carrera de perros por conseguir una preciada liebre, aquel Estado que nos convirtió en sirvientes de la educación multimillonaria y mediocre. Aquella que normalizo el valor de matrículas excesivas en universidades privadas incluso desde los hogares y que al mismo tiempo corroe a las universidades públicas que tanto han luchado por no desaparecer.
El neoliberalismo agresivo y sediento ha hecho que la educación superior en Colombia es tan costosa.