Un análisis del odio irracional dentro del capitalismo posmoderno
El grito populista de la derecha: “todo menos Petro”, tiene como objetivo, no sólo facilitarle al indiferente o al ignorante librarse con practicidad de lo que para él es una inútil e improductiva pérdida de tiempo (inmiscuirse en cuestiones de política), sino, de manera más radical, propone descartar todo ejercicio de reflexión, toda actitud desapasionada de ecuánime cavilación.
Es una invitación a dejar de lado el juicio y la razón para permitirse el despliegue iracundo de las más bajas pasiones como un modo de goce perverso.
El filósofo francés Étienne Balibar ha realizado amplios avances analíticos con relación a la realidad de “crueldad excesiva” que caracteriza la vida contemporánea.
Desde la matanza fundamentalista (racista o religiosa), pasando por los denominados “crímenes de odio”, hasta los estallidos “insensatos” de violencia cotidiana entre las personas (abundan titulares desconcertantes sobre asesinatos realizados por las más injustificadas, frívolas e irrazonables discusiones: “me cerró con el carro”, “le subió mucho el volumen al equipo de sonido”, “llevaba una camiseta del otro equipo”, etc.)
En psicoanálisis esto ha sido denominado por algunos pensadores como “mal de ello”: el mal estructurado y motivado por el desequilibrio más elemental en la relación entre el yo y el goce, la tensión entre el placer y el cuerpo extraño de goce que hay en su núcleo: una violencia sin ninguna base utilitaria o ideológica.
La cuestión fundamental de estas explosiones de violencia es que procuran ser inútilmente comprendidas desde una perspectiva racional, incluso los mismos autores de ella intentan justificar en vano mediante esfuerzos racionales infructuosos.
La xenofobia y el racismo en algunos países europeos, de los conocidos skinheads neonazis, son un ejemplo paradigmático de este recurso: “nos quitan el trabajo, representan una amenaza para nuestros valores occidentales, etc.”, no son más que racionalizaciones secundarias más bien superficiales.
La respuesta que en última instancia se obtiene de un skinhead neonazi es que: golpear a los extranjeros lo hace sentirse bien, que la presencia de esas personas lo perturba.
El mal de ello escenifica, entonces, el cortocircuito más elemental en la relación del sujeto con el objeto causa de su deseo, primordialmente perdido.
Lo que “molesta” en “el otro” (de otra raza, sexo, religión... o, para nuestro caso, posición política), es que parece disfrutar de una relación privilegiada con el objeto: el otro posee el tesoro-objeto (lo ha arrebatado, y por eso no se tiene), o amenaza la posesión de ese objeto.
Esto es perfectamente aplicable al caso de la derecha colombiana: el modo en que un representante de la derecha colombiana se refiere a alguien de izquierda, es haciendo uso de una serie de calificativos peyorativos que, en apariencia, designan cierta especificidad cualitativa que en sí misma explica las razones para que este tipo de personas sean invalidadas.
Pero, no deben engañarnos, todo lo que se dice sobre las personas de izquierda: vagos, mamertos, drogadictos, guerrilleros, etc., pronto resulta claro que constituye una racionalización secundaria más bien superficial.
Parafraseando lo ya explicado: lo que “molesta” a la derecha de “el otro” (el de izquierda), es que parece disfrutar de una relación privilegiada con el objeto: el otro posee el tesoro-objeto (lo ha arrebatado, y por eso no se tiene), o amenaza la posesión de ese objeto.
Ahora bien, ¿cuál es ese objeto que ha sido arrebatado o amenaza ser usurpado?
Para identificarlo resulta útil analizar las racionalizaciones que se realizan en la defensa del populismo de derecha.
Sin embargo, se debe aclarar, que es dependiendo de su posición dentro de la escala de privilegios socio-económicos que dicha racionalización secundaria enfatiza ciertos aspectos.
Especialmente, las clases medias y altas acuden a la justificación intelectual para explicar (y explicarse ellos mismos) las razones de su odio.
Las clases bajas, en general, utilizan su testimonio de vida como argumento para defender su desagrado del sujeto de izquierda.
En cuanto al mecanismo de intelectualización del que hacen uso las clases medias y altas, hoy en día, experimentamos un creciente aumento de la producción escrita del populismo de derecha.
Fundamentalmente, cuestionan los principios éticos y los presupuestos epistemológicos y ontológicos con los que la izquierda ha conseguido posicionar su clara ventaja teórica frente a la derecha.
Desde la misma utopía de Tomas Moro hasta el esbozado comunismo marxista, la derecha adhiere a la tesis liberal hobbesiana homo homini lupus: "El hombre es un lobo para el hombre" frase utilizada por el filósofo inglés en su obra El Leviatán (1651) para referirse al estado de naturaleza del hombre que lo lleva a una la lucha continua contra su prójimo por defender su interés individual (presupuesto constituyente del capitalismo).
Cualquiera que se atreva a imaginar una sociedad fundada en principios como la solidaridad y la fraternidad, o bien, es un hipócrita, o bien, es un ingenuo soñador.
La única manera de ser honestos y realistas es limitar intencionadamente la disposición altruista a sacrificar su propio bien por el bien de otros, conscientes de que la manera más efectiva de evitar una catástrofe totalitaria es seguir el egoísmo privado de cada cual.
Este triunfo del fundamento liberal sobre la naturaleza humana en los presupuestos ontológicos de la derecha los ha llevado a desbancar los principios conservadores morales que, se supone, dotan de especificidad a su identidad (son su tesoro-objeto de deseo), por una pragmática actitud realista que acepta sin discusión la naturaleza instrumental de la racionalidad económica del individuo.
En el marco de su naturaleza egoísta y tendenciosa el hombre sólo puede aspirar a mantener a raya los egoísmos de los demás, y soñar únicamente con la posibilidad de realizar los de él y el de los suyos.
Hoy la izquierda es la única que puede considerarse como conservadora ética y moral (le ha robado su preciado objeto), opone a la perversión instrumentalista del mercado valores como la solidaridad y la igualdad.
Mientras que los representantes de la derecha se han transformado en “progresistas” que no aceptan ningún obstáculo ni límite a la racionalidad económica del individuo.
Ahora bien, con respecto a las clases bajas, resulta bastante explicativo hacer uso de una ingeniosa catalogación que se ha realizado sobre “síndromes” contemporáneos, los cuales vinculan estereotipos de la televisión y el cine con modos de conducta de ciertos grupos poblacionales: el síndrome del Tío Tom, el síndrome de doña Florinda, y el síndrome de Stephen Candie.
¿Por qué a las personas que pasaron por innumerables dificultades, momentos de humillación y denigración de la dignidad, les parece inmoral que otras personas, en sus mismas condiciones, no las sufran?
Dado que, como en un comienzo, con lo único que contaban y que constituía el fundamento de su identidad, era su integridad (tesoro-objeto de deseo) no poseían ningún privilegio material, el hecho de que el “otro” (de izquierda) parezca mantener una relación privilegiada con él, se niegue a desprenderse de él, y, de hecho, luche porque aquellos en las mismas condiciones precarias desde las que ellos comenzaron no deban entregar su dignidad para alcanzar los privilegios materiales, resulta inaceptable.
Nuevamente, la derecha cede sus principios para alcanzar la “madurez económica”.
La derecha odia a cualquier representante de izquierda porque le ha usurpado el tesoro-objeto de deseo que dotaba de consistencia a su identidad.
La izquierda ostenta principios éticos y morales sostenidos por el presupuesto de potencial virtud propio de la naturaleza humana; y, dignidad, la fuente del resentimiento y la envidia de los que ya la cedieron para lograr un estatus económico.