¿Alguien sabe cuánta plata se gastó Netflix comprando los derechos para las canciones que adornan sus bandas sonoras? Algunos dicen que cerca de 2 millones de dólares. Todos ganaron. Ganó Kate Bush quien, en su época de apogeo, jamás llegó a los niveles de popularidad que está llegando con Running up that hill, que se mantiene en las últimas 10 semanas entre lo más escuchado de Billboard, sólo por ser la canción con la que Max logra zafarse del embrujo de Vecna. Si ese suceso lo habíamos disfrutado en la primera entrega de la temporada 4 de Stranger thing, en los dos capítulos finales, convertidas en sendas películas, el momento épico de Eddie encima del tejado tocando Master of Puppets es uno de los mejores momentos no sólo dentro de la historia de las series de Netflix, sino dentro del metal. Es una desgracia que los metaleros –igual ¿a quién le importan? – estén tan decrépitos que no tengan sentido del humor y estén despreciando una oportunidad única de volver a pegar entre la gente joven, esa que cree que la música la creó Daddy Yankee y que no sabe de la épica que puede generar un momento como este:
Tener a los jóvenes escuchando metal es volver a una consciencia combativa, rebelde, inconformista y hermosa, como cualquier tormenta de anarquía. Mientras J Balvin cree que la música se trata de pasar su Lamborghini por las destapadas calles de Medellín, Metallica aún le apuesta a lo imposible, mantener una revolución permanente y los vehículos que usa para conectar con los muchachos no es otro que Stranger things, la serie más pop y comercial de Netflix.