Imposible hablar de otro tema distinto a la campaña presidencial que está en su última fase. Cualquier otro tema, por importante que sea, pasa desapercibido porque con razón los ojos y mentes del país están concentrados en los posibles resultados de junio 15, cuando termine la segunda vuelta de las elecciones para escoger al próximo Primer Mandatario del país. Muchas preocupaciones han surgido en esta inusual campaña donde la guerra de expresidentes, los ataques, los escándalos, han generado una especie de depresión colectiva en muchos sectores colombianos.
Entre las muchas preocupaciones que han surgido en esta forma de buscar la Presidencia de la República, hay un tema en particular que no tiene mucha justificación. Si en algo coinciden las grandes mayorías nacionales, es en el deterioro de la forma de hacer política en Colombia. Parecería que se han roto barreras que existían y que impedían insultos, y maneras ilegales de infiltrar las campañas de los contrincantes, entre otras estrategias desleales. Lo común es el surgimiento de esos extraños personajes que las viejas generaciones no logran entender. Se trata de los hackers, esos raros individuos con grandes habilidades para manejar la nueva tecnología, que se dedican a interceptar correos personales para atacar al enemigo y para obtener de forma ilícita, datos, cifras y planteamientos de temas que pertenecen a la seguridad nacional.
Pero hay otro tema que es mucho más preocupante y que se ha hecho evidente de manera creciente en las últimas campañas políticas. Se trata de la calidad de asesores internacionales que se importan para orientar la publicidad y el desempeño público de los respectivos candidatos. Cuando la política —que de por sí no se distingue en ninguna parte del mundo por el juego limpio entre contendores—, es particularmente perversa como en Colombia, los personajes extranjeros que llegan, son excesivamente extraños y no precisamente un dechado de virtudes.
Ya se conocen las maravillas de J.J. Rendón, asesor de la campaña reeleccionista del Presidente Santos, que tuvo que salir por la puerta de atrás y cuyos enredos aún están lejos de clarificarse no solo aquí sino en Estados Unidos, donde reside. Y ahora resulta que el brasilero que apoya la campaña del Zorro, es una especie de joyita con antecedentes poco claros. La pregunta pertinente es la siguiente: en un país que como en Colombia la política está llena de personajes extraños y de dudosa ortografía, ¿por qué se tienen que importar malos? ¿No tenemos suficientes? O, ¿será que precisamente por la forma como se llega al poder político en este país, llena de triquiñuelas que esta sociedad avala, solo este tipo de asesores malosos son los que se necesitan?
De todas formas es lamentable que en vez de tratar de depurar el ejercicio político que todos conocen como corrupto, los grandes líderes que manejan de frente o entre bambalinas estos procesos de elección popular, ubiquen precisamente a esos asesores que en vez de aclarar el camino correcto para llegar al poder, vienen a enseñarles más mañas perversas a un sector ya suficientemente lleno de vicios.
Tiene que haber formas más transparentes de ganar elecciones que aquellas que se practican en el país. Por eso, es incomprensible que en vez de importar asesores con principios, sigamos importando 'malos' que han sido exitosos pero no necesariamente con prácticas limpias sino con juegos sucios. Si seguimos así, nunca lograremos el ejercicio de la política que la mayoría desea. Ya tenemos suficientes 'malos' como para tener que importar más.
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