Otra vez, por segundo año consecutivo gana el Óscar como mejor director en Hollywood, un mexicano, un latino, un hermano. El mundo comienza a perder sus fronteras aunque sea en el arte, donde aparentemente nunca las ha tenido. Cuatro óscares para Birdman, mejor película, mejor director, mejor guión original y mejor director de fotografía en manos de otro mexicano.
En una ceremonia cargada de anécdotas políticas, se le había anticipado Patricia Arquette, la mamá de la familia en Boyhood, abogando por la igualdad de derechos para la mujer, que no existe ni en la potencia hegemónica del planeta, se refirió a la inexistente paridad salarial y de derechos para las mujeres; siendo ovacionada con desbordado entusiasmo por Meryl Streep, mi favorita de siempre.
Sean Penn causó revuelo entre los mexicanos, y no es de extrañar que entre el resto de la comunidad latina en Estados Unidos, cuando al anunciar el ganador como mejor director, hizo el chiste flojo en el micrófono, ante 34,6 millones de televidentes norteamericanos y otros tantos latinoamericanos —porque supongo que la diferencia horaria no permite una generosa audiencia europea— al preguntar: "¿Quién le dio la green card a este hijo de p...?". Y allí fue Troya.
Alejandro González Iñárruti debió caldear los ánimos al aprovechar la dorada oportunidad para echar pullas políticas al desear que los mexicanos consigan el gobierno que merecen y que además sean tratados con el respeto que merecen, en una nación de inmigrantes como es Estados Unidos.
La película Birdman o la inesperada virtud de la ignorancia, se refiere a un drama humano muy frecuente: el ocaso de una estrella de cine que intenta dar un nuevo rumbo a su vida como actor de teatro.
Se trata de un gran actor que triunfó en su carrera y quiere regresar al oficio veinte años después, odisea que viven todos a quienes les toca retirarse, desplazados por gente joven que va emergiendo, relegando a otros que sienten que aún pueden dar mucho a la sociedad o al público que los ha venido aclamando
A Riggan Thomson, el personaje que caracteriza Michael Keaton, le sucede algo verdaderamente inusual, después de acabar su carrera y caer en el olvido, aquel actor venido menos por el abandono de su audiencia comienza de repente, y literalmente, a volar sobre su público y sobre los engreídos críticos, desplegando un par de gigantescas alas de la fama que recobra con su maestría y contra muchos pronósticos. ¿Qué sesentona o sesentón no ha soñado con semejante momento de lucidez, regresando a sus fueros perdidos?
Birdman no triunfa por casualidad. Además de ser una historia que se refiere al propio mundo actoral, lo que encanta a la Academia, es fruto de la maestría y de un trabajo excelentemente elaborado al escenificar este drama tan común con el que el público se ha sentido identificado, rematando con el final feliz del regreso triunfante de un hombre maduro, que será maravillosa referencia obligada para todos aquellos que se adentran a la tercera edad sin conformarse con ella... Que valga decir, son la abrumadora mayoría.
