Ayer era sábado y me vi todo lo nuevo de Netflix. Osea, maratón de Archivo 81, esa maravilla de James Wan en donde vuelve a ser el muchacho atrevido que rompió el terror contemporáneo con El Conjuro, Saw e Insidious, me vi La Casa, la extraña, perturbadora y genial película animada y quise cerrar con mi dosis perpetua de Seinfeld. Como soy sádico y había visto en redes a un par de tontos hablando del tema, quise ver la serie de Juanpis González.
Les digo que cambiar de Larry David a Alejandro Riaño es un cambio de frente brusco. Acá nunca pegó. Acá no vamos al sicoanalista. Acá no sabemos que es la neurosis y que pueden existir en Nueva York personajes tan excéntricos e hiperkinéticos como Cosmo Cramer, egocéntricos con un alto nivel de desprecio por sí mismos como George Constanza, en fin, acá el humor judío de Nueva York nos parece algo ajeno y estúpido. Lo de acá es el refrito, el mismo chiste diciéndose una y otra vez. Acá falta mucha neurona para hacer humor político. Yo me imagino que en alguna parte de Soacha un colectivo de pelados la está rompiendo burlándose de la desgracia de ver cómo le desaparecieron un hermano, como un soldado les pisó la cara, como, las pocas veces que pudieron cruzar la 72 con 7, los que viven allí los miraban con recelo y desprecio. De ellos nunca llegaremos a saber nada. Ellos no tienen las conexiones de Alejandro Riaño.
Juanpis Gonzalez era un aborto y se transformó en éxito. Este man ya había hecho el personaje en el 2017 y lo hacía, como pueden ver este video, para hacer el humor ese ramplón y clasista con el que se hizo famoso en Comediantes de la noche, burlándose soterradamente del vecino costeño, haciendo la vocecita de gomelo que se inventó Diego Álvarez siendo el hijo drogo del Doctor Pardito en Don Chinche. La idea, señores, así crean pues que este man es Jhon Cleese, es un refrito de los ochenta.
Como acá está prohibido hacer humor político porque lo matan, lo desaparecen o lo ignoran, Riaño, dentro del establecimiento, se inventa un personaje que sí, que a veces le da duro al poder y que a veces cuenta con la ayuda de gente realmente talentosa y creativa, consecuente con sus luchas, como los actores Julián Román o Jacques Toukhmanian para hacer unos sketches larguísimos que no buscan la carcajada fácil sino que calan hondo y si te miras al espejo lo que ves no es una sonrisa sino una mueca de amargura y piensas que 6.402 es una cifra demasiado alta para que cierta gente con poder tenga el anhelo de mandar para siempre. Pero el humor de Juanpis en estado puro es el que se ve desde el principio de su serie en Netflix, recurriendo a la parodia barata, refritando lo de Nicolás Gaviria y “usted no sabe quién soy yo” y haciendo ver a un tipo grande como Jairo Camargo como un muñeco sin vida, carente de expresar cualquier tipo de emoción. Es un humor que le sirve al poder porque, siendo inofensivo, da la ilusión de que acá todos tenemos derecho a criticar abiertamente al gobierno, usando canales de comunicación masivos y eso, señores, es mentiras.
Y ahí tienen, es la serie más vista en Colombia. Igual, no sorprende, si la gente paga la mensualidad de Netflix para ver la misoginia, homofobia y odio a los pobres que rezuma una tontería como Betty la boba.
Es duro cambiar el ritmo de Seinfeld, la narración de Larry David en donde mueve la historia a través de los gags y no esto que no parece una historia sino que es como una serpiente indigestada, a la que le cuesta trabajo moverse por la hierba. Parecen pequeños cortos mal pegados, todos terminando con un chascarrillo, burdo, obvio, tonto, que funciona porque ya acá saben que teclas oprimir para que un colombiano promedio ría hasta el ahogo.
Sé que al señor Riaño -quien se parece peligrosamente en la vida real a su horrible personaje- además le molestan las críticas y que seguro le va a poner a partir de ahora una cruz a este periodista y al medio. Sé que los medios buscan quedar bien con las estrellitas criollas para que les den entrevistas y les sonrían. Sé que sus amigos además van a saltar -en este momento el otro impedido del Daniel Samper Ospina lo presenta como el salvador del humor político en Colombia-. El petrismo entero, al que ha nombrado a esta nulidad como uno de sus dioses supremos, me va a despreciar. No importa, como sentenció Mozart en un diálogo de La flauta mágica:
Papageno: Mi niña ¡qué vamos a decir ahora!
Pamina: ¡La verdad! ¡La verdad! Aunque sea delito.