Con la muerte de Germán Castro Caycedo vuelven los camaleones de la prensa elitista a mostrarnos el país de la semblanza, de la ilustración y del academicismo pujante, mientras han tildado toda la vida de proscritos a quienes intentan desde las letras construir radiografías, aportar al necesario cambio social o inventar escenarios literarios acordes a nuestros contextos.
Lo mismo hicieron con otros autores. Recuerdo claramente los señalamientos al maestro Fals Borda, Gabriel García Marqués, Maria Virginia Gutiérrez, Alfredo Molano, Eduardo Umaña, Fernando Soto Aparicio y tantos otros y otras que desde diversas orillas cavilaron a Colombia. Todos fueron asumidos como panfletarios, reduccionistas y no pocas veces señalados abiertamente de guerrilleros, razón por la cual muchos se exiliaron, terminaron muertos a las afueras de las universidades, o simplemente destrozados por las tecnocracias que invadieron el sistema educativo.
Así que ese mismo sector que hoy se muestra conmovido por la muerte del cronista, fue el que en otrora amplificó el discurso de odio contra la academia. Por lo tanto, los tributos que se pueden hacer a quienes se toman el tiempo de escribir es simplemente leerlos, desde el ángulo justo de la crítica, no para ubicar la falla, el error o simplemente vilipendiarlos, más bien para constituirnos como agentes que disertan sin necesidad de balazos. Es necesario asumirse en el rol del lector activo, aquel que raya los textos, profundiza mediante preguntas, asume posturas, reconstruye lo leído formando pensamiento propio y lo pone en cuestionamiento cuando lo comparte con otras personas, de no ser así seguiremos en la idea decimonónica de declamar de memoria versos, citas o peor aún, ser lectores y comentaristas de portadas.
Pero volviendo a Castro Caycedo debo reconocer en él algo fundamental y es la tozudez que tiene que tener un artista, maestro, periodista o cualquier animal embelesado por las artes liberales, al crear obras en un país que lo quieren condenar al analfabetismo político, cultural, literario, gastronómico, paisajístico y sexual. Por otra parte, es de exaltar el intento de escribir más allá del acontecimiento, cuando el contexto se encuentra minado de tragedias matinales; pero lo más valiente es navegar contra corriente cuando se sabe la historia de estigmatización que sufrió la revista Alternativa, el cierre de la revista Cambio, el bombazo al periódico El Espectador y la compra moral que le hicieron a la revista Semana, esa gallardía se mueve en otros planos éticos y de coherencia política con las ideas, que van más allá de la corriente ideológica, estética o narrativa que se tenga.
Como sujeto solo pido que no tengamos que esperar la muerte de Pilar Quintana, Yolanda Reyes, William Ospina, Jairo Buitrago, Hugo Jaminoy o de otros y otras intelectuales, escritores consagrados o prematuros, para comenzar la aventura de la lectura, porque en ella se encuentra buena parte de las claves para construir la paz, por demás, seguirá siendo un acto de rebeldía toparse en los campos y las barriadas a personas humildes que buscan en las letras una ventana para recrearnos como sociedad.
Finamente, invitarlos e invitarlas a dialogar con el maestro de la crónica en Colombia, no desde la lastimera postura del tributo, más bien desde la relación horizontal del lector activo. En sus obras se recrean de manera intensa las atmósferas, los personajes y las realidades sobre diversos temas. De mi preferencia está El Karina, Objetivo 4 y La Bruja, cada cual podrá hacer sus recomendados o no recomendados, lo importante es abrir de nuevo el círculo de la palabra, el debate y la lectura.
