El Atalanta iba dominando al Madrid en Bergamo, parecía que en cualquier momento abrirían el marcador cuando en una jugada del Real Mendy iba a entrar al area y Freuler lo derribó. Ni siquiera daba para amarilla pero el árbitro de una vez expulsó al defensor. Atalanta se quedaba con 10 y otra vez, en Champions League, el Real era ayudado de manera grosero por un árbitro que se dejaba intimidar.
Son varios los árbitros que cuentan la misma historia, llegan a Madrid e inmediatamente son recibidos en el aeropuerto por un comité de bienvenida del Madrid. Los llevan de compras, los dejan en el Corte Inglés, el más encopetado de los almacenes de la capital española, para que compraran lo que quisieran. Relojes, regalos, claro que el Madrid sabe cortejar a un cuerpo arbitral.
Su apego al franquismo que le permitió entre otras irregularidades llevarse nueve títulos de liga con la descarada ayuda de los árbitros y contar con dineros públicos para construir en 1947 el inmenso estadio Santiago Bernabeu, la forma en que le robaron al Barcelona el fichaje de Di Estéfano cuando la estrella argentina ya había firmado con el conjunto culé, la simpatía que los Ultra Sur, su hinchada insigne, siente hacia el nazismo y su afán por contratar no sólo a los mejores jugadores del mundo, sino a los más bonitos, son argumentos de peso para sentir como la rabia me parte el corazón cada vez que los veo levantar una copa.
En la generación de tecnócratas en la que nos ha tocado vivir es inevitable que esa imagen de poderío absoluto de esta raza superior no termine cazando cada vez más a jóvenes adeptos. Ese racismo del que han hecho gala desde los tiempos de Franco se ha exacerbado a través de los años. Santiago Bernabeu, el presidente más ganador en la historia del club, despertaba ampollas con declaraciones tan inoportunas como esta: "Quiero y admiro a Catalunya, a pesar de los catalanes". Durante muchos años por el club merengue no brilló ninguna estrella de raza negra. Menos después de que en 1980 se creara la barra brava los Ultra Sur. De clara filiación neonazi, esta hinchada que se asienta en los bares Drakkar o Sherwood, contiguos al Bernabeu, han protagonizado golpizas mortales a inmigrantes, atracos millonarios y en más de una ocasión han sido sancionados por la UEFA por sus constantes insultos racistas no sólo a jugadores de equipos rivales sino del propio Madrid como le sucedió por ejemplo al colombiano Freddy Rincón o al camerunés Samuel Eto’o de fugaz paso por el club merengue.
Lejos de repudiar a estos vándalos, las directivas y hasta los propios jugadores les pagan viajes y entradas a los mejores estadios de Europa. Cuando era técnico del club, José Mourinho, previo a una semifinal de Champions League contra el Barcelona, se reunió con los Ultras Sur para coordinar los canticos que harían durante el encuentro.
En el 2003, pocos días después de ganar su novena Champions League, Raúl Gonzales, ídolo histórico del Real Madrid, recibió de los ultras un premio y hasta posó en la siguiente foto con la bandera de los barras bravas. Igual gesto lo hicieron en su momento Luis Figo, Iker Casillas y Guti.
Antonio Menéndez Mories, alias El Niño , es desde el 2013, después de una cruenta pelea a botellazo limpio en el Drakkar, el líder de los Ultras. Actualmente está procesado por robo y estafa y no tiene empacho para definirse de esta manera: “Soy del Atlético, me gusta el Madrid y piso las gradas del Bernabéu. Al que no le guste ya sabe ¡Heil Hitler!”.
A pesar de que la prensa madrileña habla cada tanto de las purgas que han sufrido los Ultras, el espíritu racista y nazi sigue rondándolos